De entrada, así, a palo seco, que conste en acta que la innovación tecnológica me parece algo fantástico. Pero vivir instalados en la velocidad consiste en llenarnos la agenda con un montón de actividades que no nos dejan tiempo para afrontar lo que realmente es esencial.

La razón exige tomarnos las cosas con una cierta calma, mientras que las prisitas nos atiborran de sesgos y prejuicios. Sabemos que una falta prolongada en el tiempo de reflexión y sosiego nos arroja en brazos de una cierta irracionalidad y puede acabar generando muy malas decisiones. El filósofo Carl Honoré suele afirmar que vivir deprisa no es vivir, sino más bien sobrevivir, y que esa prisión de la cultura de la prisa (y de la consiguiente falta de paciencia), ese estado constante de hiperestimulación e hiperactividad, no conduce a nada interesante.

Y es que, en nuestro mundo actual, la lentitud se está convirtiendo en algo subversivo. Las tecnologías son ultra rápidas, cada vez se aceleran más. Si hiciéramos un símil, a nivel atlético, podríamos decir que las máquinas son esprintes. En cambio, el ser humano, va a otra velocidad. Porque la vida, nuestras vidas, son una carrera de fondo. Estos días se ha celebrado el Mobile World Congress en Barcelona. Precisamente el lema de esta edición ha sido Velocity. Unleashing Tomorrow's technology today. Hemos llegado a ver casi de todo… Un futuro que ya es presente. 5G, 6G, Reality+, OpenNet, FinTech, Digital Everything, espacios inmersivos, realidad virtual e impresión 3D orientada al sector de la salud, metaverso, industria 4.0, ciberseguridad innovadora.

Pero algunos afirman que las máquinas cada vez se parecen más a las personas, mientras que las personas van asemejándose a ciertas máquinas. ¿Es este el escenario ideal que realmente queremos para nosotros? Les ruego que lean La fábrica de cretinos digitales (Michel Desmurget), un lúcido bestseller internacional que nos advierte acerca de los abismos que suponen ciertos dispositivos digitales en el desarrollo de los más pequeños, de los que van a vivir en este planeta dentro de unos cuantos telediarios.

Esta obra nos informa de que algunos de los grandes gurús de Silicon Valley están prohibiendo a sus propios hijos tanta machacada de pantallas. Se las esconden. Además, va y resulta que nunca, a lo largo de la historia, se había producido un descenso tan alarmante en relación a nuestras capacidades cognitivas. ¡Ups! Tan solo hace falta una media horita al día frente a una screen para que ya se vea afectado el desarrollo intelectual de un niño. Y claro, resulta que su media de uso diario oscila entre cuatro y seis horas. ¡Buff!

Y es que vamos muy rápido, a toda castaña… ¿Pero, exactamente a dónde? El celebérrimo ChatGPT está la mar de bien, lo he probado, me he entretenido con él, y tiene cosas interesantes. En unos años, quizás tan solo en algunos meses, imagino mesas de novedades en librerías. Una mesa con un cartelito que pondrá Libros escritos por personas. Y otra mesa de novedades editoriales con un enigmático cartelito que rezará algo así como Libros escritos por IA. Y yo os pregunto (y me interrogo a mí mismo): ¿tendremos el mismo interés en leer obras generadas por humanos que obras redactadas por tecnología?

Pero es que la cosa podría llegar a ser todavía bastante más terrorífica, si nadie nos advierte de nada. La información al consumidor puede que se reduzca a lo que pone en un envase de yogur. ¿Y si nos ponen una mesa de novedades y no nos dicen quién ha hecho qué? Esto es lo que parece que va a pasar, en alguna medida. Periodistas, diseñadores, abogados, arquitectos, músicos, escritores, pintores… Tantos y tantos ciudadanos de nuestro mundo, muchos de nosotros, haciendo ver que hemos hecho tal cosa, cuando en realidad la máquina ha recibido algunas instrucciones humanas y ha procesado lo que le ha parecido más conveniente.

Conectividades ultrarrápidas acelerando todos nuestros procesos y decisiones de vida, relucientes robots como el venerado CyberOne de Xiaomi ofreciéndonos mil y una posibilidades en nuestras vidas cotidianas. Y es que, como bien defiende mi admirado y querido Genís Roca, “han mejorado las herramientas y han empeorado nuestras conversaciones. Cada vez compartimos menos conversaciones de calidad. Menos tecnología y más sobremesas”.