El Metro de Barcelona es donde se cometen más del 70% de los delitos, según las últimas estadísticas. La última muerte en el suburbano ha sido en la L1, parada Mercat Nou, tras una pelea a navajos iniciada en la estación de Santa Eulalia. Otro asesinato ocurrió el 2007 en la estación de Navas L1, donde un esquizofrénico arrojó a un usuario a las vías cuando llegaba un convoy. La víctima era un vendedor sordomudo de cupones de la Once. El año siguiente, un grupo de neonazis intentó matar a puñaladas a un joven en la parada de Urquinaona, L1. En 2019, murió apuñalado un menor en la L10, estación Gorg en Badalona. Fue una reyerta entre bandas y se juzgó a catorce implicados. Durante la Mercè del 2022, un hombre murió apuñalado cerca de la entrada de Plaza España, L1.

Uno de los asesinatos más antiguos e intrigantes cometidos en el metro se remonta a 1956. La víctima fue el médico Pedro Xolbet, socio del Club de Tenis Barcino. Lo mató a golpes en la nuca con un objeto contundente un individuo alto, corpulento y elegante. Ocurrió en la galería que desembocaba en la calle Valencia. Resolvió el asesinato, que atemorizó a la clase alta barcelonesa, el comisario jefe de la Brigada de Investigación Criminal, Juan Fosey. El relato detallado lo escribió J. Enrich en su novela El crimen del metro, de la colección Archivo Policial Fosey, publicado por la editorial A. Gimeno Sorolla.

Dicho suceso de ficción y dicha editorial fueron pioneros de la novela policíaca de posguerra y tienen cierto misterio. No se sabe exactamente quién fue J. Enrich (1930-¿?). Pero no hay que confundirlo con el historietista Enrich --Enric de Manuel González— padre de personajes como Jaimito y Nicolás, Tontáinez, El Caco Bonifacio o Montse, la amiga de los animales. En cuanto a Albert Gimeno Sorolla (Barcelona, 1902-1963), fue avicultor, impresor y alcalde de Martorelles durante cuatro meses de 1931. Preso político, después fundó su editorial y entre las novelas publicadas, la más popular fue El crimen del metro. En ella, J. Enrich profetizó una Barcelona con una Gran Vía Diagonal cuya numeración superaba los diez mil portales. Para esquivar la censura, bautizaba a sus personajes con apellidos catalanes retocados al inglés y Barcelona parecía Nueva York.

Además de cientos de hurtos, robos, actos violentos y averías, el suburbano acumula leyendas escalofriantes. Según Paula Fernández, investigadora de fenómenos paranormales, operarios del metro dicen haber visto bajo tierra animales no identificados y cientos de serpientes vivas y muertas. Por la estación de Rocafort L1, pasean fantasmas de suicidados allí. El espectro de Gaudí ronda por la parada de Sagrada Familia, L5. En Plaza Cataluña aparecen vagones con ectoplasmas en los techos. Son los de electrocutados cuando la moda del metrosurf. De noche, circula un metro blanco que recoge los espíritus de viajeros que no han llegado al más allá. Según otra versión, son miedos que difunde el Ayuntamiento para beneficiar al Bicing y desviar la atención del horroroso mal servicio del Metro.

Lo cierto es que, a causa de la acostumbrada improvisación y falta de seguridad de TMB, el pasado día de Sant Jordi cientos de pasajeros hacinados en los vagones sufrieron el peligro de aplastamiento o asfixia.