Durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República, el ejército optó por los cañones Vickers de 105/45 modelo 1923 como piezas antiaéreas pesadas. Tenían un calibre de cuatro pulgadas (101,6 mm) y un cañón de 4,752 m de largo. Se fabricaron 48 de estos cañones con licencia británica «en montaje de gran ángulo» (es decir, antiaéreos) en la fábrica de la Sociedad Española de Construcción Naval de Reinosa, Cantabria. Se pretendía que sirvieran para proteger las baterías costeras de cañones también Vickers de seis y doce pulgadas (152,4 y 381 mm) que se habían instalado nuevecitos en las principales bases navales españolas.

Se construyeron emplazamientos para baterías de cuatro cañones con montaje de candelero en barbeta. Cada cañón tenía un sector de tiro horizontal de 360º, un alcance horizontal de 13,4 km y uno vertical de 7.000 m. Sus proyectiles contaban con espoleta de tiempo de hasta 22 segundos y una dirección de tiro con calculadora mecánica tipo Vickers. Cuando estalló la Guerra Civil, Barcelona fue blanco predilecto del bando sublevado. La Aviación Legionaria italiana pronto comenzó a bombardear la ciudad. A principios de 1938, considerando la importancia estratégica de Barcelona y las docenas de muertos que ya habían causado las bombas italianas entre la población civil, se decidió montar una batería antiaérea en el Turó de la Peira, en el Carmel. Eso fue el 3 de marzo de 1938. 

Propiamente, en el Turó de la Peira no se construyeron búnquers, sino los emplazamientos de hormigón armado para cuatro cañones, los aposentos del personal de la batería antiaérea, el polvorín, etcétera, a unos 260 metros sobre el nivel del mar, dominando la ciudad. De poco sirvieron esos cañones. A poco de estrenarse el emplazamiento, la Aviación Legionaria bombardeó Barcelona durante tres días seguidos, del 16 al 18 de marzo, causando entre 800 y 1500 muertos y quizá el doble de heridos. En enero de 1939, los soldados republicanos clavaron los cañones y abandonaron la batería ante el avance de las tropas de Franco. 

Justo después de la guerra, la batería fue desmontada, pero el hormigón continuó donde lo habían dejado y el lugar se convirtió en el lugar de referencia de un barrio de barracas. Abandonados por las autoridades, explotados por la burguesía industrial catalana, cientos de inmigrantes tuvieron que apañárselas sin ayuda para sobrevivir. Construyeron todo un barrio con sus propias manos, que los barceloneses decían «dels canons». Alrededor del emplazamiento de la batería antiaérea se llegaron a construir más de cien barracas, como en tantos otros puntos de la ciudad. 

Poco nos gusta recordar que la policía esperaba en la Estación de Francia los trenes cargados de personas que huían de la miseria y que hacían redadas para devolverlos a su lugar de origen, y poco nos acordamos de la lucha vecinal de quienes pedían simplemente que el agua o las redes de alcantarillado llegaran a su barrio. Por menos que eso, cualquiera podía acabar con sus huesos en comisaría, donde recibiría una somanta de palos. Ahora que en Barcelona vuelven a aparecer las barracas y la infravivienda, que creíamos cosa del pasado, convendría recuperar estas historias de la gente que levantó este país y esta ciudad con sus manos y su trabajo, y agradecérselo.

Durante la preparación de los Juegos Olímpicos de 1992, el barrio vio desaparecer las últimas barracas, pero el emplazamiento antiaéreo quedó abandonado y degradándose a ojos vista. Nada nuevo, porque ha corrido la suerte de tantas otras cosas de nuestro patrimonio con un alto valor histórico o político-social. El barrio del Carmel sufrió socavones, aluminosis… mientras, allá en lo alto del Turó de la Peira, las pintadas, los yonquis y los borrachos se adueñaban del lugar. Después vinieron los turistas y los botellones. Lo de los turistas no me extraña nada, porque ahí disfruta uno de las mejores vistas de la ciudad. Pero son ya muchos años de aglomeraciones, botellones, problemas de convivencia… Pregunten a los vecinos, pregunten.

La valla que han puesto ahora no es más que un ridículo parche con el que pretenden borrar muchos años de abandono y desidia. Ya se ha demostrado que no sirve de nada, y no lleva ni una semana puesta. El lugar merecía mejor suerte. Pero quien reparte la suerte no tuvo que luchar para que abrieran una alcantarilla o trajeran el agua hasta su casa. Eso es todo.