Pase lo que pase después del recuento de votos y de los cambalaches posteriores, Ada Colau ya no tendrá toda la fuerza ni el mal poderío que ha ostentado durante sus mandatos. El tirano Periandro de Corintio, uno de los siete sabios de Grecia, aconsejó: “si llegas a ser desgraciado, ocúltalo para que tus enemigos no se alegren”. Así lo hizo la tiranuela del Guinardó en su primera comparecencia tras el disgusto que le propinaron las urnas. Sobreactuó con la más falsa e impostada de sus sonrisas, se ocultó tras su palabrería hueca y afirmó que dejaba como legado una “Barcelona más verde, más feminista y más diversa”. De ser cierto, que no lo es, así se lo ha agradecido la ciudadanía y así le ha lucido el pelo. En todo caso, pase lo que pase, se alegran de su dura caída los dueños y dueñas de las más que excelentes carnicerías y charcuterías de Barcelona. Las que Colau se había propuesto arruinar con su ofensiva contra las cárnicas y con su ideología de berza y coliflor.

Coincidiendo con el ocaso de la alcaldesa en funciones, este fin de semana llega a Barcelona el Meat and Fire Festival, el evento dedicado a la carne más esperado por los degustadores de parrillas y con presencia de los mejores parrilleros del mundo. Es otra patada al estómago de Colau, quien hace poco se había aliado con el alcalde de Lyon, Grégory Doucet, el que prohíbe la carne y tacha el Tour de Francia de contaminante. Bajo un acuerdo sobre urbanismo, movilidad y turismo, y con la coartada de la transición ecológica y la “alimentación sostenible”, el chiringuito colauista, Dirección de Servicios de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento, hará múltiples viajes e intercambios a cargo de los impuestos del contribuyente y del sector cárnico, que crea miles de empleos. El alcalde de Lyon, equivalente de los comunes y podemitas, impuso un menú escolar único en los comedores de los centros educativos sin presencia de carne. Lo justificó por “razones sanitarias” a causa del coronavirus y provocó una crisis de gobierno.

Durante la campaña electoral, Colau desveló sus restaurantes favoritos y sus menú preferidos: raciones mediterráneas pequeñas, alcachofas y canelones de espinacas. La carne, ni mentarla. Mutis total, también, sobre la contaminación del Tour de Francia que, a iniciativa de Collboni, este año podría salir de Barcelona. El filólogo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach escribió en su tratado Enseñanza de la alimentación: “somos lo que comemos” y “si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come”. Las dietas y los sermones verdes de Ada Colau, sin embargo, no mejoran la ciudad ni el pueblo, que la pone verde y no vota morado, el color de la comunada. Color que, contradictoriamente, coincide con el de los calcetines de monseñores y autoridades eclesiásticas que tanto detestan los, las, les adalibanes. Les quedan, de momento, el ajo y agua y las plantas ornamentales venenosas que han sembrado en las superislas. Muy propias de la falsa izquierda ponzoñosa.