La medida más justa del resultado de unas elecciones es, lógicamente, el número de actas, un dato objetivo que siempre está matizado por los votos obtenidos y la abstención.

Aunque no es la única, como se ha visto tras el 23J. El PP ha ganado, pero las expectativas eran tan altas, que su victoria tiene un sabor amargo. Al contrario que en el caso del PSOE, al que las encuestas daban por hundido, pero que es el único partido matemáticamente capaz de articular un Gobierno.

El papel de los cabezas de listas de los comicios una vez conocido el escrutinio es otra forma de medir los resultados. Albert Botrán, al que los telespectadores de TV3 quizá recuerden por participar en el debate a ocho en nombre de la CUP calzado con unas alpargatas, no ha necesitado ni 48 horas para quitarse de en medio a la vista de los 149.000 votos perdidos.

Otro tanto ha ocurrido con Roger Montañola, un hombre con la cabeza bien amueblada pero que ha tenido que tirar la toalla tras comprobar que el PDeCAT se ha quedado sin representación parlamentaria. Juan José Aizcorbe ha vuelto al anonimato como ordena la disciplina de su partido: Vox mantiene los dos escaños y sigue hablando desde Madrid.

Nacho Martín Blanco ha tratado de capitalizar con prudencia el 60% que ha ganado el PP, pero es suficientemente inteligente como para saber que el grueso de la ganancia es pura tendencia. El jefe del PP en Cataluña aún es Alejandro Fernández y el hombre con más tirón Xavier García Albiol, lo que él bien sabe.

Meritxell Batet ha desempeñado su papel: poco más tenía que hacer una vez acabadas las elecciones. El protagonismo le corresponde al jefe de filas, citado reiteradamente por Pedro Sánchez durante la campaña. Salvador Illa es la única voz socialista en Cataluña, un hombre que sabe lo que toca decir en estos momentos, nada.

El morrón de ERC ha sido de 412.000 votos, y en la cuenta personal de su cabeza de lista, Gabriel Rufián, se suma a los magros resultados del 28M en Santa Coloma. El hombre ha hecho más o menos lo que tocaba, pero –quizá siguiendo el consejo de gente sensata-- parece haberse apuntado a la moderación.

Aina Vidal, una mujer ponderada, trata de no ahogarse en las difíciles aguas podemitas. Sensatez frente a los mandobles de la gente de Pablo Iglesias, que a las pocas horas de cerrarse las urnas desenterró un hacha que nunca estuvo enterrada para decirle a Yolanda Díaz que ha perdido, que Sumar solo ha obtenido 10 diputados, no 31. Ada Colau está como desaparecida.

Sin embargo, en JxCat, que ha perdido 138.000 votos, la cosa de la portavocía es un verdadero sindíos. Por hablar, hasta Gonzalo Boye ha hablado sin decir otra cosa que la obviedad de que entre abogados podrían ponerse de acuerdo. Míriam Nogueras larga cada vez que le acercan un micrófono para repetir lo mismo que viene diciendo desde que los neoconvergentes dejaron la Generalitat. Como Laura Borràs, a la que se le entiende todo: se considera una represaliada, aunque esté condenada por corrupción, que iría en el bloque de los amnistiados. Ni que decir tiene que Carles Puigdemont tiene la última palabra, aunque ya se ha pronunciado, como sus correligionarios sin que nadie –al menos, que se sepa-- le haya propuesto nada. Como Jordi Turull, empeñado en poner condiciones sin mojarse demasiado.

El último en intervenir en este vodevil neoconvergente ha sido Xavier Trias, que aún se lamenta porque no le dejaron ser alcalde. Había dicho que se iba a casa y había enviado a la mierda a sus compañeros del pleno barcelonés, pero sale diciendo que si Jaume Collboni no le hubiera quitado el puesto ahora su partido podría ayudar a Pedro Sánchez. Trias sabe que no pinta nada en JxCat, pero vuelve a actuar como el amateur que es y trata de convencernos de lo contrario. Para liarlo todo un poco más, supongo.