Según Aristóteles, el hombre es un zoon politikon, que traducimos con cierta alegría como animal político cuando, en propiedad, debería ser animal que vive en las ciudades. Afirmaba el sabio, y no le faltaba razón, que un hombre sólo es hombre en sociedad. Ojo, no confundan mucha gente junta con una sociedad, que no es lo mismo. La soledad, entendida como una vida ajena a los demás u otra que no sigue unas reglas mínimas de convivencia, no es propia del ser humano. La soledad, la estricta soledad del eremita, es una burrada, se mire como se mire.

Pero, de vez en cuando, entran ganas de enviarlo todo al cuerno y largarse lejos, bien lejos. Porque la sociedad tiene sus servidumbres y hay mucha gente que donde mejor estaría es en el fondo de un pozo o en la otra punta del mundo. Por lo tanto, si Mahoma no va a la montaña, ya me voy yo y ahí os quedáis. Huiré lejos, bien lejos, tan lejos como la playa de la Barceloneta o el pueblo de mis primos, pero apenas por unos días, que no llega para más. A eso le llamamos vacaciones. Perderán de vista por unos días algunas situaciones irritantes y se dispondrán a vivir otras igualmente molestas, que luego contarán a sus compañeros de oficina como si de una gran aventura se tratase.

Las vacaciones están para eso, para disfrutar de un sucedáneo de soledad en lugares llenos de gente. La vida en sociedad comporta el efecto Vicente, que es ir adonde va la gente. Hasta los que huyen de la etiqueta de turista como de la peste y venden la pedantería de sus viajes como una aventura o un descubrimiento de su yo interior, ése que vive debajo del ombligo, sufren del efecto Vicente. No sé si habrán visto estos días las imágenes de cientos de escaladores haciendo cola para subir a lo más alto del K2. Una muchedumbre. Ha sido noticia porque dejaron morir a un sherpa al lado del camino por no perder la oportunidad de hacerse una foto en la cima, por la que han soltado un buen parné. Creo que sobran los comentarios.

El efecto Vicente está socialmente aceptado y es el fundamento de la industria turística, de la que vive Barcelona. Por eso, en agosto sobre todo, los barceloneses corren a largarse de la ciudad y los turistas nos invaden. Es lo que solemos decir, pero no es verdad. Muchos barceloneses no pueden permitirse pasar unos días fuera de su casa en vacaciones.

Resulta que hay una palabra en inglés para esto, staycation, de to stay, quedarse, y vacation, vacaciones. Hacer unas staycaciones no es lo mismo que hacer el Rodríguez. El Rodríguez no está de vacaciones, sino que trabaja mientras su señora y sus niños están de veraneo fuera de la ciudad. Pero el Rodríguez es una especie en vías de extinción, o quizá no fue nunca tan numerosa como nos hicieron creer.

En suma, staycation es otro palabro gilipollas en inglés, como coliving, que sustituye al realquilado de toda la vida, sundrying, que es tender la ropa en el balcón porque no tenemos otro sitio donde hacerlo, no nos cabe la secadora en casa o no tenemos dinero para pagarla, etcétera. En inglés suena mejor, dicen.

Es sorprendente que se nos venda como algo guay del Paraguay comprar ropa de segunda mano, vivir realquilado, aprender a cocinar las sobras, quedarse sin vacaciones, tener que ir en patinete al trabajo o aprovechar los muebles que la gente tira a la basura, por ejemplo. Se trata de un maquillaje que pretende esconder que mucha gente no puede permitirse la tranquilidad que proporciona un trabajo estable, un sueldo decente y un sitio donde vivir.

Aplicar el sufijo –ing a cualquier cosa es también un efecto Vicente. Porque el efecto Vicente es muchas veces muy sutil, un mecanismo de control social que roza la perfección.

La cara más oscura del efecto Vicente es la que se aplica al que manifiesta no estar de acuerdo con la mayoría, por ejemplo. Si no se le echa toda la caballería por encima, se le aplica el silencio, el ostracismo y se le obliga al mutis de manera sibilina. Así escondemos los problemas, amagándolos detrás de palabras que acaban en –ing o, simplemente, callando. Si la gente no habla del problema, el problema no existe.

Aunque esta última afirmación, qué quieren que les diga, me parece a mí que es una falacia, aunque ahora la llamen fake.