Un inicio prometedor. Es la percepción de la mayoría de entidades y colectivos de la Barcelona económica y comercial. Han visto en Jaume Collboni a un alcalde que pretende cambiar la dinámica, que desea la Barcelona del ‘sí’ y que desea actuar a partir del diálogo como principal herramienta para alcanzar acuerdos. Collboni ha rectificado políticas del anterior consistorio, en el que él ejercía de primer teniente de alcalde. Lo ha hecho con medidas concretas, como el proyecto que prepara que anula la reserva del 30% para vivienda pública en las promociones urbanísticas, y también lo ha expresado con cuestiones de fuerte carga simbólica, como su audiencia con el rey Felipe VI, o su presencia en la misa de la Mercè, algo que había desterrado la anterior alcaldesa, Ada Colau.

Ahora bien, todos esos pasos, que se valoran y se aplauden, deben concretarse en un acuerdo de gobierno que garantice a la ciudad un gobierno municipal estable durante todo el mandato. Y aquí hay dudas importantes. En función del interlocutor del alcalde, este traslada unas impresiones que dan lugar a interpretaciones contundentes. La cuestión es que Collboni quiere una cosa y la contraria y todo no se puede alcanzar. Deberá negociar los presupuestos de 2024 con quien entienda que puede y debe negociar un acuerdo de gobierno. No se puede separar. Y aunque quisiera, tanto los comunes como Junts per Catalunya le han dejado claro que no podrá ser, que las dos cosas están asociadas. Y es lógico que lo estén.

Claro que puede pactar cuestiones de ciudad con Xavier Trias, pero, ¿cómo se gobierna el día a día, con los comunes y ERC, una vez que se ha evidenciado que se quiere marcar una gran distancia? Jaume Collboni y todo el PSC han jugado con una idea, y es la de comprobar la transformación de los comunes en una especie de ICV de nueva generación. Sin Ada Colau en el equipo de mando –se espera que deje el Ayuntamiento para volar a Madrid—y sin figuras como Janet Sanz en áreas sensibles del consistorio—se entiende que se podría colaborar. Lo que sucede es que los comunes no se conformarán con un papel residual en el equipo de gobierno de Barcelona. Y, además, todavía faltarían dos concejales para conseguir una mayoría de gobierno, que, en ese caso, solo podrían llegar de ERC.

Si eso ocurriera, si esa fuera la última decisión de Collboni, marcado por los acuerdos en el Congreso, con Sumar y ERC apoyando al gobierno de Pedro Sánchez, al partido de Xavier Trias solo le quedaría la opción de ejercer de oposición, responsable, como dice Trias, pero oposición. Es decir, Collboni quedaría enmarcado en un tripartito de izquierdas que dejaría a la mayoría de los sectores económicos de la ciudad con la percepción de que todo sigue igual, pese a algunas diferencias importantes.

¿Cuáles? Collboni, en las reuniones que ha mantenido en esos foros económicos, ha constatado su voluntad de “mandar”, de ejercer el cargo, señalando que esa es la característica en España de los equipos municipales: el alcalde tiene un poder mucho mayor de lo que se cree, aunque no cuente con mayorías absolutas en el consistorio. Collboni insiste en que gobernará, y eso ofrece tranquilidad en los sectores privados de la ciudad. Pero, ¿quién ocupará Urbanismo, por ejemplo? “Eso es innegociable” se señala, dando a entender que en ningún caso esa parcela sería para un concejal de los comunes. Entonces, ¿qué asumiría, por ejemplo, Janet Sanz, en ese gobierno?

En pocas semanas llegará el momento de tomar una decisión clara, siempre en función de cómo quede la política española. Las cosas en Barcelona han cambiado de forma sustancial desde las elecciones municipales de mayo. Pero el sabor agridulce podría llegar, de nuevo, si la sensación y la evidencia es que la retórica populista vuelve a señorear en el Ayuntamiento.