La Iglesia Católica ha tratado siempre de controlar la educación y para ello ha contado con la eficaz colaboración de todas las derechas (y el centroizquierda) que ha habido en España, Catalunya, Barcelona. En sus centros se imparte “doctrina”, católica, por supuesto, pero a eso no se le llama nunca adoctrinamiento, sino libertad de enseñanza. En cambio, explicar que a los niños no los trae la cigüeña ni llegan de París resulta una imposición doctrinal inaceptable. Los datos publicados en Metrópoli el pasado 12 de octubre, festividad de la virgen del Pilar, dejan muy claro que con toda esta actividad que ellos llaman docente, los curas, los frailes, los monjes y las monjas buscan facilitar a los pobres el acceso al conocimiento. De ahí que la mayor oferta de plazas de escuela concertada, mayoritariamente religiosa, se concentre en los barrios pobres. El más mísero de todos, Sarrià-Sant Gervasi, cuenta con centros dedicados a la caridad bien entendida, practicada por diferentes órdenes religiosas: 1.567 plazas concertadas para pobres, frente a los ricos que, caprichosos que son, prefieren llevar sus niños a colegios públicos. Como los ricos son una minoría, la escuela pública ofrece en ese barrio solo 220 plazas. ¡Hasta sobran!

Casi lo mismo pasa en el otro barrio de Barcelona donde dominan los de escasa fortuna, el de Les Corts, que incluye el paupérrimo arrabal de Pedralbes. Ahí la solidaridad religiosa se ha volcado y el número de plazas concertadas duplica el de las públicas. ¡Todo sea por ayudar a los pobres! Como dicen las bienaventuranzas, de ellos será el reino de los cielos, de modo que tampoco pasa nada por el hecho de tener que sufrir un poco en el reino de los hombres.

En cambio, en las zonas más ricas de la ciudad, por ejemplo Ciutat Vella, el número de plazas públicas duplica el de las concertadas. Se comprende. La Iglesia apenas ofrece nada en estos barrios porque allí no hay necesidad. Casi pasa lo mismo en Sant Martí, aunque ahí las cosas empiezan a cambiar y equilibrarse porque al haberse producido la transformación de la zona del Fòrum, ha aumentado desaforadamente el número de desposeídos y la escuela concertada religiosa ha descubierto la urgencia de atender sus necesidades de letra e incienso.

¡Qué barbaridad! ¡Cómo sufren los responsables de La Salle, del Sagrado Corazón, los Jesuitas y los Maristas (con o sin pederastas) y de las Teresianas quitándose casi la comida de la boca para que los pobres puedan aprender a leer y a escribir y labrarse luego un porvenir!

Nada de esto, claro está, podría lograrse sin la decidida colaboración del gobierno que dice ser de izquierdas y que preside Pere Aragonès, aunque, si bien se mira, el tratamiento que la Generalitat da a la ciudad de Barcelona es casi calcado al que aplica Isabel Díaz Ayuso en Madrid: apoyo decidido al sector privado, con las sotanas a la cabeza, y menosprecio sistemático al sector público. De ahí que la escuela concertada suponga en la ciudad de Barcelona el 54,4%, frente al 31,5% en el conjunto de Catalunya. De ahí también que se reduzcan plazas en los centros públicos y se potencien en los privados, pese a que las familias prefieren lo contrario, según demuestra la preinscripción.

Es, casualmente, el mismo gobierno que dice ser de todos los catalanes. Será que los barceloneses son menos catalanes que los de La Seu d’Urgell. Al menos en servicios. ¡Solo falta que les traspasen Rodalies! Son capaces de desmantelar Barcelona y ponerlas en la Cerdanya y Andorra, donde el catalán es lengua oficial.

De todas formas, tampoco importa demasiado que Aragonès y sus muchachos no inviertan en educación, porque lo que se invierte se va por el sumidero. Los últimos datos de las escuelas (públicas y concertadas) indican que los alumnos no dominan ni el catalán ni el castellano ni, menos aún, las matemáticas. Y que los resultados no solo no mejoran respecto al pasado, sino que van a peor. Derek Curtis Bok, que fue rector de la Universidad de Harvard en la segunda mitad del siglo pasado, reconocía que la educación es muy cara. Y añadía socarronamente: “Pues pruebe con la ignorancia”. Oficialmente, nadie se había atrevido a probarlo. Aragonès, ahora, parece ensayar esa posibilidad en Barcelona. Tiene suerte, cuenta con la bendición de la Iglesia, empeñada en mantener a la población en una oscuridad que le beneficia.