La entrega del premio Planeta oficializa el inicio de la rentrée literaria barcelonesa y española. Hubo una época, tirando a breve, en la que RBA se adelantó a Planeta con su galardón a la mejor novela policíaca, cuya concesión se celebraba en un lujoso hotel de Barcelona y en la que no faltaba de nada (al final, los invitados más cocidos solían arrojarse, vestidos o desnudos, a la piscina del establecimiento), pero, de repente, llegaron las vacas flacas y Ricardo Rodrigo puso fin a su jolgorio anual mientras echaba el freno a la publicación masiva de novelas negras (algunas de las cuales traduje yo, del francés y del inglés, durante mi propio período de vacas flacas: ¡gajes de la vida del escritor free lance!). De esta manera, se reemprendió el curso natural de las cosas y el premio Planeta volvió a ser la gran fiesta de inicio de la temporada literaria (o seudo literaria).

Acudí a la cena un par de veces durante los años 90 del pasado siglo, cuando trabajaba para El País, y recuerdo que no se comía mal, pero que la posible diversión dependía de tus compañeros de mesa: si eran amenos, te lo pasabas bien; si eran un muermo o te caían mal, San Joderse cayó en lunes, que diría Eduardo Mendoza, y a apechugar con la velada. El momento más cómico de ésta se producía cuando el presentador trataba de crear misterio y tensión anunciando los nombres que iban cayendo de la short list y acercándose al del ganador. El hombre le ponía ganas, pero todos sabíamos que el premio estaba otorgado a dedo desde hacía tiempo y que los pobres infelices que habían enviado sus magnas obras desde todos los rincones del mundo hispano no tenían nada que rascar, pero seguíamos zampando como si la cosa no fuera con nosotros. Nos sorprendía un poco encontrar en el jurado a personas tan respetables y hasta apreciadas como Rosa Regàs o Pere Gimferrer, pero supongo que nos consolábamos pensando que todo sería peor si los sustituyeran por gente de más baja estofa literaria y moral (no daré nombres).

El premio Planeta se basa en un engaño que todos aceptamos tácitamente. Nosotros sabemos que está amañado, la editorial sabe que lo sabemos y aquí paz y después gloria. A veces, incluso, lo gana alguien que nos gusta (recientemente, Eduardo Mendoza en el año 2010 y Javier Cercas en el 2019), pero, generalmente, cae en manos de alguien al que la editorial considera cargado de posibilidades comerciales, pues una inversión de un millón de euros puede ser irrecuperable, pero no totalmente ruinosa. Este año se ha seguido la línea habitual, premiando a Sonsoles Ónega y a su libro Las hijas de la criada, que no pienso leer ni que me apunten a la cabeza con una Glock 19, pero que huele a éxito. Una novela histórica, por un lado, y una historia de mujeres que sufren, por otro: ¿qué puede salir mal? La autora, además, es como de la casa, pues presenta un programa en Antena 3, propiedad de Planeta, y asegura que escribió el libro en sus ratos libres como presentadora de televisión, reconociendo en serio lo que El Mundo Today aseguraba en broma: que los trabajadores de Antena 3 aprovechan las largas pausas publicitarias para escribir novelas con las que ganar el Planeta.

El hecho de que todos sepamos que el premio está otorgado de antemano conlleva, eso sí, cierto disimulo público. Lo comprobé en mis carnes cuando publiqué cuatro libros en Planeta (tres novelas y un ensayo sobre la televisión en España) y se me ocurrió decir en una entrevista que el premio de marras estaba convenientemente amañado. Me llevé una bronca de mi editor, Carles Revès, un maestro del cinismo y también un tipo muy simpático (que me acabó echando porque las ventas de mis cosas no cumplían las expectativas comerciales en ellas depositadas, pues estaba en su derecho y no le guardo rencor, aunque lamento que ya no me invite a comer de vez en cuando), por irme de la lengua, pues hay secretos a voces que no deben verbalizarse pues, en el caso que nos ocupa, era como decirle a un niño que los Reyes Magos son sus padres.

Sí, amigos, la temporada literaria española se inaugura con una engañifa. Pero tampoco hay por qué rasgarse las vestiduras. En el caso de que me cayera el premio Planeta (harto improbable, pues no me acerco a la ficción desde el 2010 y mis nueve esfuerzos en ese sentido nunca llegaron a la segunda edición), lo aceptaría encantado, me embolsaría el millón de euros, me introduciría por el recto mis escrúpulos morales y me sentiría eternamente agradecido a la empresa fundada por José Manuel Lara Hernández. El mundo literario, o seudo literario, es lo que tiene.