La cultura tiene un problema en el área metropolitana de Barcelona, pero no por falta de una oferta atractiva. Hay talento, programaciones estables, actividad, curiosidad, proyectos públicos y privados. Lo que es necesario es que los propios barceloneses se levanten del sillón, dejen de pasear por sus barrios de referencia y se atrevan a ver qué sucede al lado de la gran ciudad, en el Brooklyn de Barcelona, sin ir más lejos, que es como ya se llama a una zona muy concreta de L’Hospitalet que ha roto todas las previsiones: el llamado Distrito Cultural.

El área se ha convertido en un gran polo de atracción en el sector de las artes visuales y la industria creativa, junto con la zona de Poblenou en Barcelona. No es algo menor. Se trata de unas 500 empresas de sectores creativos. Como todo, siempre hay una primera explicación: la deslocalización por razones inmobiliarias, con mejores precios que en la capital catalana. Es el mismo fenómeno que se dio en Brooklyn respecto a la Gran Manzana de Nueva York, Manhattan. Se deberá seguir y comprobar qué evolución tiene, pero es ahora una realidad que se debería tener en cuenta. Lo explica el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Xavier Marcé, en una entrevista en Rethink Barcelona, con la idea de que el área metropolitana en su conjunto puede ser un enorme motor económico a partir de una programación cultural que implique a toda la ciudadanía metropolitana.

En L’Hospitalet se ha apostado por ello, con una política de atracción de talento a partir de lo propio, de lo local, pero también en función de lo que dejaba de lado Barcelona, por distintas cuestiones, entre ellas los altos precios de los inmuebles. Se delimitaron, en una zona industrial, hasta 25 hectáreas, que han acogido a pintores, escultores y músicos. Es el Distrito Cultural, integrado por la carretera del Mig y la calle Cobalt, con los barrios del Centre, Bellvitge y Sant Josep, y el barrio de Santa Eulàlia.

La vida cultural no se acaba en Barcelona ciudad. En un momento en el que todas las administraciones han interiorizado que la cultura es motor de cohesión social y un activo económico, es el propio ciudadano el que debe corresponder ahora. El ciudadano local está alejado del valor cultural que ofrece Barcelona. Lo señala Marcé con un dato que debería preocupar, aunque tiene una cara muy positiva. Los verdaderos ‘usuarios’ de los grandes equipamientos culturales en Barcelona son los visitantes extranjeros. El 85% de las entradas del Museu Picasso las compra un público ocasional, que visita la ciudad. Es bueno, genera interés. Pero, ¿qué hacen los locales respecto a la oferta cultural de su ciudad, sea el Picasso, la Fundació Miró, el MNAC o CaixaForum Barcelona?

La clave es que la cultura, entendida como una conexión con la oferta que proporciona una ciudad, forme parte de lo cotidiano. El ciudadano debe ejercer un diálogo con lo que tiene delante, y no, sencillamente, decir que forma parte de ese entramado, pero sin participar activamente. Marcé defiende una tesis desde hace tiempo: al público de Barcelona “le cuesta mucho salir de la ciudad”. No sabe muy bien que se puede encontrar en el MNAC y tampoco cree que deba indagar en la programación teatral, por ejemplo, del Atrium de Viladecans.

Es cierto que el ciudadano está inmerso en un enorme caudal de informaciones, de impactos culturales, pero también es verdad que hay ya una conciencia metropolitana que se ha creado a partir de algo tan básico y tan vital como la T-10, a partir de los esfuerzos de la ATM. Sin embargo, para que haya un mercado cultural potente, para que la dedicación de los ayuntamientos y de las empresas privadas tenga efecto es necesaria una masa crítica importante, con un volumen considerable.

Esa masa crítica se conseguiría en el área metropolitana, siempre que se entienda que es el espacio natural de todos sus ciudadanos, y no sólo para trabajar, para desplazarse para solicitar algún servicio, sino para consumir cultura, para disfrutar de un concierto, de una obra de teatro, de una exposición pictórica, de una muestra de esculturas.

En L’Hospitalet han entendido el mensaje, como en otras ciudades. La idea que se va interiorizando es que habrá un Manhattan, con un centro muy ligado al turismo, y un Brooklyn que espera con los brazos abiertos a creadores y artistas y también a un público que decida que es bueno moverse, que el área metropolitana es su espacio natural, más allá de su barrio de referencia.