Tenía un conocido pegado a una corbata, alto ejecutivo de una multinacional. Era esclavo de su agenda, pero se creía importante. Si le preguntabas en qué andaba metido, te contestaba que estaba organizando un afterwork de sus partners con un coaching para un team building con unos stakeholders para dar con una estrategia win-win en un asunto de branding relacionado con un renting o algo así.
Pues ese hombre pegado a una corbata tenía un apartamento en primera línea de costa. Cuando se asomaba al balcón, tenía el mar a sus pies, literalmente. Pero no lo disfrutaba. Un buen día, el tipo envió a tomar viento a su empresa, su corbata y su agenda y se puso a pintar bodegones, afición hasta el momento desconocida. Alquilaba su apartamento a los turistas y con ese dinero, que no era poco, y trapicheando en sus cosas, nunca demasiado en serio, vivía la mar de feliz y sobrado de necesidades. Se echó novia y sonrió francamente por primera vez en muchos años.
En cambio, tengo unos parientes a quienes el alquiler de un piso turístico en el edificio contiguo los lleva por el camino de la amargura. Las juergas de los guiris en verano, pero ahora también en invierno, se alargan hasta altas horas de la madrugada. No son pocas las veces que han encontrado restos de esas bacanales en su balcón. Como suele ser habitual en estos casos, llamar a la policía es como predicar en el desierto. En fin… ¡A ellos no les hables de pisos turísticos! Los comprendo, porque al lado de casa hay unos apartamentos turísticos y es cosa de ver la cantidad de latas de cerveza y botellas de licor tiradas por el suelo en sus alrededores a primera hora de la mañana, camino de la oficina. No quiero ni imaginar las noches de sus vecinos.
Es que, amigos míos, Barcelona se ha convertido en un destino turístico. Por mucho que nos vendan la moto de las nuevas tecnologías y bla, bla, bla, millones de turistas pasan por nuestra ciudad y de ellos depende gran parte de nuestra economía. Barcelona se ha convertido en el objeto de sus deseos, que se resumen en sol, playa, sangría, chancletas y lo que surja.
Mientras tanto, la ciudad real que queda entre bambalinas, amagada tras las postales de la Sagrada Familia y los souvenirs de toros y flamencas de trencadís, sufre problemas relacionados con la convivencia con el turismo. Desde la desaparición del comercio de barrio, sustituido por cadenas de comida rápida y vendedores de camisetas del Barça, hasta la masificación de algunas líneas de autobús o metro pasando, cómo no, por la tensión ya bastante insoportable que genera el problema de dar con una vivienda asequible en Barcelona.
La legislación para regular el mercado del alquiler en España no parece que funcione. Nos prometieron una que iría fetén y va como el culo, perdonen ustedes. Todos sabemos que el único remedio capaz de controlar los precios del alquiler es incrementar significativamente la oferta pública de vivienda. Pero ninguna administración pública parece estar por la labor, ni siquiera aquellas que tienen competencias en este asunto. Ahora sumen los pisos turísticos, a los que se acusa de gran parte del repunte de los precios. Por eso, ay, por enésima vez, las autoridades amenazan con una nueva regulación de la oferta de pisos turísticos. ¿Será eficaz? Mejor dicho: ¿será eficaz para qué?
A modo de ejemplo, Airbnb declara que los pisos turísticos que oferta no suponen más del 2% de las viviendas en régimen de alquiler en Barcelona. Con tan poca oferta disponible como hay en Barcelona, ese 2% es mucho. Además, el último informe que se publicó sobre la regularización de los pisos ofertados por Airbnb en Barcelona, el pasado mes de agosto, señalaba que un 30% de los pisos ofertados por Airbnb en Barcelona estaban en situación irregular. Lo de situación irregular es un eufemismo que quiere decir que no tenían ni permiso ni nada. Cuenten con que existen más operadores aparte de Airbnb, incluso particulares que alquilan por su cuenta, bajo mano. Las cifras muestran que los pisos turísticos sin permiso pueden llegar a sumar el 50% o más de la oferta de alquiler turístico en los barrios de menor renta, pero apenas un 12% en los barrios de rentas más altas.
Como de costumbre, siempre pagan los mismos, y no son los turistas. ¿Qué hacemos?