¿Cuántas novelas se nos ocurren que hayan tenido a Barcelona en su centro, como un personaje más e incluso el principal? Todos recordamos La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, y muchas de las mejores novelas de Marsé, como Últimas tardes con Teresa. También, por su puesto, Nada, de Carmen Laforet. Y La catedral del mar, y La sombra del viento, y La plaça del diamant, de Mercè Rodoreda…
Lo nuestro (AdN) de Enrique Llamas se une a esta lista y lo hace con una mirada exterior –es nacido en Zamora− y con historia que como barceloneses nos plantea unas cuantas preguntas, nos sugiere varias reflexiones. Pero vayamos primero con la trama: Llamas nos cuenta la historia de tres personajes: Clara, quien, a sus catorce años, se escapa de su casa en el extrarradio madrileño y se sube a un autobús rumbo a Barcelona para conocer a su heroína: Arantxa Sánchez Vicario. Polo, que acude a cubrir los Juegos como periodista de una de las recién creadas televisiones privadas, convencido de que tiene un gran futuro por delante; y su compañero de piso, Jaime, que se embarca en lo que cree que es, por fin, la vida adulta.
Las ilusiones de los tres, sin embargo, se verán truncadas a medida que se vayan enfrentando a los obstáculos de la madurez.
Y esa ilusión truncada –que no excluye un vistazo a la violencia machista, a la corrupción institucional, al trabajo precario− funciona un poco como símbolo de la resaca sufrida por la ciudad de Barcelona, y por todo el estado, después de la fiesta de 1992.
Me dice el propio Llamas: «1992 es un año cumbre en la historia de Catalunya y de Barcelona, además del año de una gran visibilidad internacional para España, en el que parecía que el proceso de transición democrática -que se nos vendió como ejemplar- llegaba a su culminación. Por eso me interesa el momento olímpico de Barcelona, que además supuso un cambio inmenso a nivel urbanístico, que la ciudad tuviera también esa proyección a nivel mundial, que se abriera al mar… Me resulta muy interesante cómo evolucionó, y también el modelo de ciudad resultante, que no es tan idílico…».
Y estas son, de hecho, algunas de las preguntas que su lectura me sugiere: ¿Será que nos interesa tanto 1992, a quienes vivimos y queremos Barcelona, porque fue nuestro gran momento? ¿Fue después todo un ir hacia abajo? ¿De verdad?
Parece que, efectivamente, desde entonces nos estamos preguntando qué hacer después. Como el alpinista que ha subido los ocho ochomiles y sentado en la última cumbre se pregunta: ¿Y ahora qué?
Lo diré de otra manera: ¿Qué puede hacer un ciudadano común por Barcelona? ¿Cómo puede ayudar a lograr una ciudad más amable e inclusiva? ¿Cómo debe ser la convivencia en las ciudades del futuro?
Estas son, precisamente, algunas de las preguntas que plantea Barcelonate: la ciudad que queremos, un libro que nace y se desarrolla a partir de una necesidad: repensar un modelo educativo global, un modelo social inclusivo y un modelo económico innovador para volver a hacer de Barcelona una de las urbes de referencia en el mundo.
Nacho Santillana, su autor, es economista de formación y Director de Sistemas de Información en el Ayuntamiento de Barcelona y plantea en esta obra ejemplos concretos que pueden ayudar a hacer mejor el presente y el futuro de Barcelona.
Y entre el pasado del 92 del que habla Enrique Llamas y el futuro que empieza a vislumbrar en su ensayo Nacho Santillana, el presente. Que no es tan malo, dice el primero. Pues opina Llamas, además, que no hay que idealizar tanto el pasado, que a veces eso mismo es lo que nos hace polvo: «No creo que aquel tiempo fuera mejor, porque mucho de lo que se vivía (la fe en el progreso, el creer que el camino hacia una democracia libre de corrupción estaba hecho, el pensar que los hijos vivirían mejor que los padres…) era una quimera, algo que terminó por desmoronarse con la crisis de 1993. Habría que pensar en cómo ha mejorado Barcelona desde aquella de Marsé, de Casavella, de Montalbán… porque ha mejorado, el problema es que en el camino al progreso siempre se pierden cosas».
Así pues, y regresando a las preguntas: ¿Cómo ha mejorado, si es que ha mejorado, esta Barcelona nuestra desde aquel éxito mundial de 1992? Y como nos preguntaría Santillana: ¿Qué podemos hacer nosotros para lograr que sea mejor mañana? La respuesta, tal vez, aún es brumosa. En 1992 quizá sabíamos bien qué éramos. Hoy somos una ciudad, todavía, entre interrogantes.