Hay ideas que reciben un aplauso, que se consideran necesarias, muy valiosas, pero al poco tiempo se dejan de lado, se olvidan, porque nadie ha querido traducirlas en planes concretos y posibles. En Barcelona pasa con cierta frecuencia. Lo ha explicado el escritor Aitor Romero, que vive en Madrid, pero creció en la capital catalana. Para Romero, “Madrid no tiene autoconciencia, y Barcelona se psicoanaliza todo el tiempo”. Puede que se equivoque, pero lo cierto es que hay muchas entidades, desde el ámbito institucional y también privado, que teorizan con cierta profundidad, desde el propio Ayuntamiento de Barcelona a Foment del Treball, con su iniciativa Rethink Barcelona, sobre el ámbito metropolitano, pasando por el lobby Barcelona Global. Y una de las conclusiones, claras, que se machacan con cierta frecuencia, es que cualquier decisión pública debería tener un ámbito metropolitano.

Los municipios aprueban ordenanzas de forma individual, y reciben peticiones constantes desde el ámbito privado. Hay muchos promotores, empresas, individuos, con planes concretos que quieren respuestas rápidas de los gobernantes locales. Todas ellas son lícitas y muchas, seguro, serán necesarias. Pero ¿se pueden realizar inversiones, a partir de los terrenos municipales que se puedan utilizar, sin pensar en una gran ciudad de 5,2 millones de personas? Lo que está en juego es una mancha urbana, una región metropolitana, que abarca los dos Vallès y se extiende entre Vilanova y Mataró.

El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, lanzó hace unos meses la idea de sumar más municipios para hacer más grande el Área Metropolitana de Barcelona (AMB). Pero dijo algo más, al insistir en que la prioridad no debería ser la de pensar en la institución, en diseñar el ámbito supramunicipal con una gobernanza determinada. En realidad, lo que quiso dejar claro Collboni, para no provocar el enfado de nadie, es que no se debería pensar en la elección de un superalcalde metropolitano. No piensen en esa figura, no vean contrapesos frente a nadie, diseñen, primero, en las funciones que debería tener una gran región metropolitana institucionalizada, vino a decir.

Los tiempos actuales, sin embargo, obligan a ver las cosas de otro modo. De la misma forma que la T-10 ha llevado a miles de ciudadanos a tener conciencia de que el ámbito metropolitano existe, con un sistema tarifario compartido, la figura de un alcalde metropolitano constataría la importancia de un territorio y la necesidad de coordinar políticas y servicios en beneficio del conjunto de los ciudadanos.

Sí, la elección de un alcalde metropolitano, sea de forma directa o indirecta, es algo prioritario. Porque obligaría a acelerar procesos, a tomar decisiones. Pasa el tiempo, y, aunque los diagnósticos están escritos, aunque se sabe qué se debería hacer, lo cierto es que hay pocos proyectos en marcha. Falta más coordinación para que los ayuntamientos no aprueben ordenanzas sin tener en cuenta que sus vecinos van de un lado a otro de forma natural. Falta, también, más políticas compartidas con el Govern de la Generalitat, más comunicación y establecer lazos de confianza.

Tener una figura supramunicipal, alguien con el que el territorio se pueda identificar, puede ayudar mucho para agilizar decisiones. Puede que lo más importante sea establecer las competencias de un AMB ampliado, pero en tiempos de personalismos, de imágenes y de iconos, la figura de un superalcalde podría ayudar mucho. La región metropolitana de Barcelona es esencial para el futuro de todo el territorio catalán. Es su corazón, su motor económico. ¿Cuánto habrá que esperar? ¿O sólo se lanzan ideas a sabiendas de que acabarán en nada?