Los aires de libertad que generaron el “prohibido prohibir” de mayo del 68 han dejado paso a una nueva fase en la que todo empieza a ser prohibido. El lema vendría a ser hoy “por prohibir que no quede”. Pero aquel impulso libertario (en el buen sentido de la expresión, no en el que utiliza hoy la ultraderecha) sigue pesando, de modo que las
prohibiciones actuales vienen acompañadas de notable dejadez a la hora de hacer cumplir las prohibiciones.
La última en apuntarse al carro prohibitivo ha sido Renfe, que hace unos días anunció que no permitirá subir a ningún tren con un patinete eléctrico. Tal vez esta prohibición se basa en la experiencia acumulada por Rodalies, un servicio en el que los patinetes ya estaban prohibidos desde el pasado 1 de febrero. Entonces se dijo que por seis meses; luego se amplió otros tres y finalmente se ha mantenido de modo definitivo. Se prohíben porque la experiencia indica que son peligrosos al poder incendiarse por múltiples motivos, poniendo en peligro al resto de pasajeros. Ya ocurrió en un vagón de Ferrocarrils de la Generalitat en Sant Boi, y luego en otros transportes.
Pero esa prohibición no estuvo nunca (y sigue sin estarlo) acompañada de las medidas necesarias para hacerla cumplir. Es fácil comprobar que tanto en el metro como en los trenes de FGC y en los de Rodalies sigue subiendo gente armada con un instrumento que puede ser letal: el patinete eléctrico. Y no hay nadie para impedirlo.
La prohibición incumplida se añade a tantas otras. En Barcelona hay muchas calles en las que la velocidad de los coches está limitada a 30 kilómetros por hora. Casi nunca se respeta. También se ha reservado espacio para que los autobuses circulen con mayor rapidez y las bicicletas con más seguridad. Espacios que son utilizados sistemáticamente por montones de coches privados no ya sólo para circular; a veces, para pararse. En el Eixample es frecuente comprobar que las furgonetas de reparto lo interpretan como si fuera zona de carga y descarga. Bien es cierto que el espacio de la carga que antes eran los chaflanes está permanentemente ocupado por vehículos que nada tienen que ver con esta actividad.
¿De qué sirven las normas si no se hacen cumplir? La respuesta es simple: como mecanismo publicitario. Los gobiernos (central, autonómico, municipal) anuncian así su enorme preocupación por la ciudadanía. Y ésta se da por enterada de lo mucho que importa a los que mandan. ¿Para qué más?
La decisión de Renfe es correcta, pero si se aplica como en Rodalies de Barcelona, no va a servir de mucho. A lo sumo, para que la cumplan aquellos ciudadanos con una conciencia más escrupulosa o con más miedo a la sanción. Los desaprensivos saben que no va con ellos y que pueden seguir haciendo lo de siempre: ir a la suya sin importarles los demás.
En realidad, es el ejemplo que les dan sus dirigentes políticos, para quienes las leyes son perfectamente ignorables, si no les convienen. Ortega y Gasset decía que España es una sociedad invertebrada. Sugería con ello que las élites, que presumiblemente debían servir de ejemplo para la masa, tenían comportamientos más que inadecuados.
Se podría también interpretar el asunto de otro modo: la falta de valores colectivos de la masa es la que ha generado unos representantes sin valores generales. Eso explica que sean elegidos personajes atrabiliarios con discursos basados en el más puro egoísmo: Milei, en Argentina; Johnson, en Reino Unido; Díaz Ayuso, en Madrid. Todos ellos interpretan el libertarismo no en el sentido de la acracia que buscaba el bienestar universal sino en el del individualismo posesivo, que decía McPherson. El yo por encima de cualquier otra consideración.
Como cuando Aznar sostenía que a él nadie tenía que decirle si podía conducir borracho o Díaz Ayuso reivindicaba la libertad para tomar cerveza por encima de las medidas que buscaban reducir los efectos de la pandemia.
Hoy ya no se estila citar a Lenin, pero quizás no esté de más recordar algo que escribió a un amigo: “Aquí arriba, donde tomamos las decisiones, las cosas más o menos funcionan. Pero luego no hay manera de que se apliquen en las ventanillas de la administración”. Ni en los vagones de metro y trenes, donde sigue subiendo gente con patinete.