Los ciclistas se quejan con frecuencia de dos cosas. La primera y más importante, la invasión sistemática de sus carriles por otros vehículos más pesados. La segunda, es lo mal diseñados que están los trazados urbanos para la bicicleta. Es cierto que, como canta Sidoni, hay ciclistas que le dan al timbre incluso cuando circulan por donde no deben, pero también es verdad que el respeto hacia ellos no es la nota dominante en el tráfico barcelonés. Y, a veces, el dibujo de sus carriles roza la caricatura.

Un ejemplo: la Gran Vía entre las plazas de Espanya y Cerdà. Las obras hechas en esa zona han dejado un extraño carril lateral que deben compartir en algunos tramos ciclistas y coches. Se comprende: a partir de la antigua carretera de la Bordeta hay tanto calles como aparcamientos, de modo que por el lateral circulan juntos las bicicletas y los coches que luego quieren girar a la derecha. Y ése es el primer problema para unos y otros: el carril bici está a la derecha, de modo que el resto de vehículos debe cortar su trayectoria para poder girar en ese sentido. Y la visión de los conductores por esa zona, denominada ángulo muerto, no siempre es la mejor. 

Hay cosas más grotescas. En el suelo se han pintado diversas señales que pretenden llamar la atención de los ciclistas sobre los peligros que les acechan. Están pintadas antes y después de los giros porque la advertencia que señalan, según puede leerse en unas placas colocadas en la acera, es la existencia de camiones de recogida de basura que, recuerdan las señales, tienen prioridad porque para sus operaciones deben ocupar el carril bici. Lo cierto es que si sólo fueran estos servicios quienes lo ocuparan (apenas hay espacio para carga y descarga), los ciclistas se darían con un canto en los dientes. Después de todo, es bien sabido que la primera ley del tráfico es la preferencia de peso, también llamada ley del más fuerte. Frente a un camión de la basura, las posibilidades de la bicicleta son nulas.

Cuando uno de estos vehículos tiene que vaciar los contenedores, la única opción de los ciclistas es esperarse o jugarse la vida intentando adelantarle por el espacio que utilizan los coches, que deberían ir despacio porque hay una limitación de velocidad que se respeta como casi todas. Por si alguien no entiende el sarcasmo: no se respeta.

En realidad, quienes se desplazan en bicicleta tienen otras posibilidades: pararse y esperar, la primera; subir a la acera, que allí es ancha, la segunda. ¿Quiere alguien adivinar cuál es la opción preferida? Ayuda y mucho que antes el carril estuviera pintado exactamente sobre la acera y que el intento de borrado haya sido tan chapucero que parece que siga vigente. Pero, a determinadas horas, subirse a la acera es arriesgado. Para empezar, hay mucha gente osada que pretende caminar por ella. Hay también motoristas que la hacen suya para aparcar y que, naturalmente, se sienten autorizados a circular con el motor en marcha hasta el lugar elegido, esté permitido o no el estacionamiento. Además, hay abundantes terrazas cuyas sillas y mesas ocupan ese mismo espacio. Deben de ser una muy notable fuente de ingresos para el consistorio, porque ocupan mucho espacio. Las hay que incluso dificultan el acceso a algunos aparcamientos. Pero está claro que si superaran la superficie declarada al municipio, la Guardia Urbana ya lo habría detectado. Por si alguien es seguidor de Sheldon Cooper, esto también es sarcasmo.

La bicicleta es una apuesta razonable de movilidad sostenible: no contamina, no hace ruido y ocupa poco espacio. Tal vez merecería algo más de atención por parte de los poderes públicos. En Barcelona, los carriles reservados a estos usuarios nacieron de la mano de uno de los concejales más nefastos de la democracia, Jordi Portabella, que los puso donde le pareció, sin respeto alguno para los peatones que, si bien se mira, son muchos más y más sostenibles aún que la bicicleta. ERC ya se deshizo de él, pero su huella persiste, de modo que el espacio para los ciclistas parece tener que ser repensado por norma. La zona de la que se habla es un ejemplo claro: se pintó primero en la acera y, cuando pasó a la calzada, lo hizo con escasas garantías para la bicicleta. 

De nada sirve pintar nuevos tramos si no se hacen respetar los ya existentes. Aunque, como todos los poderes saben, una inauguración puede ser un titular; en cambio, nunca se consigue publicidad con sólo el mantenimiento.