Se acaba 2023 y todo quisque quiere hacer borrón y cuenta nueva y se arma de propósitos. Dicen las estadísticas que esos propósitos son pájaros de vuelo gallináceo, que comienzan con mucho ruido y acaban con pocas nueces. Según una encuesta recientemente publicada, un 80% de los españoles se ha propuesto apuntarse a un gimnasio en Año Nuevo, pero prácticamente nadie lo hace. Por qué será. Quizá no haya suficientes gimnasios a precios asequibles o quizá sea la humana condición. Ya tienen tema de conversación para una sobremesa.
Como en la vida, los propósitos en política son de vuelo muy corto. El público tiene memoria de pez y es cuestión de irlo agitando con frecuencia con fuegos de artificio, para que no se olviden de uno. Donde dije digo, digo Diego, o viceversa, y aquí no pasa nada. No hace falta que señale a nadie, a izquierda o a derecha, para comprobarlo. Sin embargo, aunque gran parte de los problemas a los que se enfrenta el administrador de la res publica se resuelven con poco y en poco tiempo, sí que es verdad verdadera que debería existir un plan, una mirada hacia delante capaz de ver más allá de unos días, semanas o incluso meses. No es lo mismo cambiar una farola que pensar cómo tendrá que ser el sistema de alumbrado público de la próxima década, por ejemplo. Pero, para que entiendan lo que quiero decir, aquí sólo inauguramos farolas y nadie habla del alumbrado.
Parece que lo urgente nos priva de pensar lo importante, gran error. Necesitamos sopesar cuidadosamente dónde estamos, hacia dónde vamos y si es hacia ahí hacia donde nos gustaría ir. Luego, actuar en consecuencia. Dijo Keynes, el gran economista, que, a largo plazo, todos muertos, y es verdad. Las leyes de la economía son incapaces de predecir nada a diez años vista, pero sí que podemos predecir muchas cosas que van a suceder y que, si no hacemos algo ahora, y digo ahora, nos pillarán con los calzones bajados. Por ejemplo, podemos afirmar que, por desgracia, las sequías y las olas de calor que sufrirá el área de Barcelona serán cada vez más severas y frecuentes y algo habrá que hacer. Comenzaremos el año con restricciones y quizá alguien se lo tome ahora en serio. Tenemos razones más que suficientes para afirmar que es preciso actuar con el largo plazo atado y bien atado.
Necesitamos una idea de la Barcelona que queremos compartida por el mayor número de personas posible. Las discrepancias, en los detalles, ya se decidirán en las elecciones municipales. Lo importante, bien claro.
Plantearé la cuestión de otra manera. Pocas veces somos conscientes de que diez de los doce kilómetros cuadrados de áreas urbanas más densamente poblados de Europa se dan en la ciudad de Barcelona y sus inmediatos alrededores. Copamos las primeras posiciones.
En el kilómetro cuadrado que rodea la Sagrada Familia viven 50.000 personas, como en el Raval o Gràcia, pero la Nova Esquerra de l’Eixample se acerca a las 60.000 personas. En la Torrassa, Florida, Pubilla Casas y Collblanc, de l’Hospitalet de Llobregat se superan esas cifras y en Santa Coloma de Gramanet también se dan cifras parecidas en algunas zonas. ¿Queremos una Barcelona tan densamente poblada?
Piensen en el reto que supone satisfacer la demanda de servicios públicos, vivienda,
infraestructuras, transporte, etcétera, ahora mismo y de aquí a diez o veinte años. Lo
urgente nos impide ver la que se nos echa encima, lo importante. Lo que es peor, no existe una unidad de criterio, sino docenas de entes municipales en el área metropolitana de Barcelona y alrededores, donde viven tres, cuatro o cinco millones de habitantes, y les doy a escoger cuánto debería abarcar esa unidad de criterio que anhelo.
A mi juicio, y se trata de una opinión personal que no están obligados a compartir, hace falta acabar con esta disparidad y tener un único gobierno de la metrópoli. Ojo, no un ente nuevo u otro ya existente donde los representantes de tantos municipios se reúnan a ver cómo llueve, no, sino, simplemente, un único municipio, el de la gran ciudad de Barcelona, que sumaría esos tres o cuatro millones de habitantes que viven juntos. Cualquier fotografía aérea de la actual ciudad de Barcelona y alrededores me da la razón. Todo eso que aparece ahí es una sola gran ciudad, y como tal debería pensarse y gobernarse.