El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) es una de las mejores películas del cine español de todos los tiempos. Se ha dicho y escrito mucho sobre ella, pero quiero que presten atención a un detalle. Cuando José Luis (Nino Manfredi) descubre que ha dejado embarazada a su novia, Carmen (Emma Penella), hará lo que sea para conseguir un hogar y huir de la pensión y los realquilados con los que comparten piso. Lo que sea será que José Luis ocupe el lugar de Amadeo (Pepe Isbert), su suegro, como verdugo. El drama no es la pena de muerte, sino el acceso a la vivienda.

No puedo decir aquello de "parece que fue ayer" porque no soy el abuelo Cebolleta y ya han pasado más de sesenta años desde entonces. Pero sí que puedo decir que la historia de Carmen y José Luis parece de hoy mismo, porque se les echa encima el "co-co", el cohabiting, coliving o cohousing, como prefieran. Son todos eufemismos para esconder lo que no deja de ser la situación miserable de la vivienda en nuestra ciudad.

El precio medio del alquiler de un piso en Barcelona es superior al salario medio de sus habitantes, de los que trabajan. Es una barbaridad.

Por el momento, los precios de los alquileres suben y los salarios, no. La mayor parte de los economistas les dirán que existe un problema si una familia gasta más de un tercio de sus ingresos en alquiler o hipoteca, pero la cruda realidad ya la pueden imaginar. Si trabajan los dos miembros de una pareja, más de un salario entero se va tras el coste de vivir bajo techo. Lo que sobre, para todo lo demás: agua, energía, ropa, comida…

A poco que tengan otros gastos, como, pongamos por caso, un hijo, la pareja ya va con el agua al cuello. No hace falta que siga, ¿verdad? La mala costumbre de dormir a cubierto les joderá la vida y el llegar a final de mes.

Consideren que la vivienda es una cuestión de índole vital. Condiciona la edad a la que uno decide emanciparse, la posibilidad de crear y sostener una relación estable con una pareja, la opción de tener hijos, la sana necesidad de refugiarse en un espacio que poder considerar hogar, el trabajo, la salud.
La vivienda es el principal problema de índole económica y personal al que se enfrenta un español. Si es un español que vive en una de las dos metrópolis del país, Madrid o Barcelona, el problema se convierte en problemón. Pero es peor que eso. Las empresas pagan salarios muy bajos y ofrecen poca estabilidad laboral y trabajos de mala calidad. El acceso a la vivienda es cada día más difícil.

Cualquier estudiante de economía les dirá que si la demanda crece y la oferta no se mueve, los precios subirán. Eso pasa con la compraventa de pisos y los alquileres en Barcelona. Toda legislación estatal, autonómica o municipal de control y fijación de precios no será más que un parche que dejará de funcionar más pronto que tarde, cuando el mercado se haya habituado. La única estrategia que garantiza el control y la rebaja de precios es la oferta pública. La única.

Eso lo saben nuestros gestores públicos. Vamos, eso espero, que lo sepan. Pero nadie ha movido un dedo para incrementar significativamente la oferta pública. Nadie. Colau ascendió a los cielos porque puso sobre la mesa el problema de la vivienda, es verdad. El resultado es que aquí no ha pasado nada y estamos peor que hace ocho años. Pero antes de la alcaldesa, tampoco se había hecho nada que de verdad pueda tomarse en serio. Nadie, en uno y otro lado de la plaza de Sant Jaume, ha iniciado una política que nos permita exclamar: "¡Por fin alguien pone manos a la obra!". Parches, promociones para salir en un telediario, poco más. Una política a largo plazo, firme y decidida, no la hemos visto con estos ojos.

Claro que una política de ese estilo implica actuar con amplias miras y considerar que Barcelona no tiene 1.600.000 habitantes, sino los 5.600.000 de su ámbito metropolitano. Si no se gestiona de manera centralizada y unificada esta Gran Barcelona metropolitana, su urbanismo, sus redes de transportes y comunicaciones, los servicios urbanos e interurbanos, etcétera, el asunto de la vivienda, mucho me temo, seguirá sin solución.

Mientras tanto, hablemos de amnistías, a ver si el asunto de la vivienda se arregla solo.