En la cochambrosa y arruinada Nueva York de los años 70 (la ciudad de Taxi driver y Midnight cowboy) los grafiteros hacían su agosto ensuciando unos vagones de metro que, a falta de dinero con el que ser limpiados, se convirtieron en una seña de identidad del lugar. No había talento alguno en la guarrería generalizada, pero, con el tiempo, algunos artistas del grafiti llegaron a destacar por su personalidad: pensemos en Keith Haring o en Jean-Michel Basquiat, quienes, siguiendo el orden natural de las cosas, acabaron en las galerías e integrándose en los circuitos del arte contemporáneo. En Barcelona, muchos años después, no hemos tenido tanta suerte y nos tenemos que conformar con el italiano TV Boy, nuestro Banksy particular, cuyo ingenio aparece de vez en cuando en nuestras paredes y las mejora.

Pero el hombre es una excepción a la regla: la inmensa mayoría de nuestros grafiteros son artísticamente nulos, nunca pisarán una galería de arte y carecen del más mínimo criterio artístico, limitándose a plantar sus basurillas donde pueden, haciendo gala, eso sí, de una autoestima absolutamente injustificada. A veces se vienen arriba y protagonizan asaltos como el de hace unos días al metro de Barcelona, donde un grupo de 70 “artistas urbanos” ensució vagones a cascoporro, se enfrentó a la policía, alteró el tráfico de los convoyes, les jorobó la existencia a los viajeros y se salió de rositas, pues todo lo que lograron las fuerzas del orden fue identificar (no detener) a uno de ellos.

A finales de los 70, en Londres o Berlín, los squatters eran sujetos individualistas y a menudo con inclinaciones artísticas (miembros de los Clash o los Sex Pistols pasaron por su fase okupa) que se incrustaban en edificios vacíos porque no les llegaba para pagar un alquiler. Actualmente, en Barcelona, el grueso del movimiento okupa lo componen sociópatas convencidos de que vivir gratis es un derecho constitucional y se rebotan mucho cuando los desalojan, con lo que habían contribuido ellos a la vida cultural del barrio.

¿A dónde pretendo ir con este exordio? Pues a lo que indica el título de esta columna: a la degeneración de lo alternativo, que se basa principalmente en una mezcla de gregarismo presuntamente antisistema y asumir como un derecho lo que fue tiempo ha una decisión personal basada en la supervivencia a cualquier precio del artista. Es decir, actividades de tránsito hacia algo mejor, como el squatting o el grafiti se han convertido en estilos de vida alternativa sin mucho interés, basados en una exageración del libre albedrío y en la tolerancia de una sociedad que no se atreve a poner orden por temor a parecer intolerante o represiva. Cuando vi hace años, por televisión, a un grafitero que se quejaba de que el ayuntamiento no ponía paredes a su disposición (como si tuvieran derecho a ello), ya intuí que la cosa se estaba desmadrando y solo podía ir a peor, como demuestra el asalto perfectamente coordinado del otro día a las instalaciones del metro de Barcelona.

Lo que en tiempos fue sano individualismo y maneras de hurtar el cuerpo (y la mente) al sistema se ha convertido, pura y simplemente, en gamberrismo y delincuencia. A Basquiat nunca se le ocurrió lanzarse a ensuciar los vagones de metro de Manhattan al frente de una cuadrilla de supuestos artistas. Banksy plantifica sus inesperadas imágenes a solas y a traición (y puede que también con nocturnidad y alevosía). TV Boy instala su arte humorístico con discreción y suele mejorar la esquina elegida. Y quiero creer que aún quedan okupas para los que lo suyo es una solución temporal, mientras esperan a prosperar con sus cosas, como sucedía entre los squatters londinenses que conocí hace más de cuarenta años. El problema social no recae sobre el creador individualista que no llega a fin de mes, sino sobre los ganapanes sin talento que han hecho del grafiti y de la ocupación una (extraña) forma de vida permanente. Y no me digan que no tenemos un problema: Barcelona es la ciudad más okupada de España y el asalto de una turba de grafiteros a las instalaciones del metro no puede interpretarse como una inofensiva gamberrada.

Nuestra tolerancia hacia los ensucia-paredes y los jetas que quieren vivir gratis (gente que, encima, cree, en su ignorancia, estar plantando cara al capitalismo) ha llevado a la situación actual, que solo se puede afrontar ya desde la judicatura y la policía. Y ello no incidirá en un descenso de la producción artística barcelonesa. El auténtico creador siempre encontrará una manera de sobrevivir, aunque sea recurriendo a la picaresca (en mi época era relativamente común alquilar un apartamento y dejar de pagar al segundo mes, sabiendo que el proceso de echarte iba a durar más de un año, momento en el que se volvía a la casilla número uno y se iba a por otro casero, gremio que, total, solía estar compuesto de gente poco recomendable). Dejando aparte estas raras avis que se dan en todo tiempo y lugar, lo que nos queda es un conglomerado de inútiles con pretensiones que únicamente merecen ser tratados a porrazos. Cuanto antes lleguemos a esta triste conclusión, mejor para todos.