Confieso que nunca había oído hablar de la figura del alcalde de noche, aunque luego descubrí que era de uso común en ciudades como Londres, Amsterdam o Nueva York. En mi ignorancia, al principio pensé que era una idea de Collboni para quitarse de encima a alguien que le cayera especialmente mal, ya fuese dentro de su propio partido o, más probablemente, en la oposición. Si pones a alguien de alcalde de Barcelona entre las diez de la noche y las seis de la mañana, te garantizas que duerma durante el horario laboral habitual y te libre de su molesta presencia. Y cuando tú has acabado de ejercer de alcalde de verdad, entra a trabajar tu atorrante preferido y te libras de él durante el día.

Pero la cosa no va por ahí. El alcalde de noche es, si lo he entendido bien, un personaje que pone orden en la vida nocturna de la ciudad e intenta evitar las usuales tanganas entre los centros de esparcimiento etílico y los vecinos de los mismos, que suelen acabar hasta las narices de tanta juerga, tanto desenfreno y, sobre todo, tanto ruido. No hace falta ni que el alcalde de noche sea un político. Han ocupado ese cargo en Londres y Nueva York gente que venía del mundo nocturno y a la que se suponía una especial mano izquierda a la hora de conciliar los diferentes intereses de juerguistas y partidarios del descanso. En Barcelona va a hacer falta mucha mano izquierda porque, mediterráneos a la postre, tenemos cierta tendencia a abusar de nuestros derechos. De la misma manera que hay vecinos a los que les molesta cualquier muestra de jolgorio nocturno, también hay locales que pasan como de la peste de los decibelios permitidos y del cristo que montan sus clientes en la calle. Si quisiéramos empeorar la situación, bastaría con poner de alcaldesa de noche a Ada Colau, quien, durante su mandato, se distinguió por hacerles la vida imposible a los bares con terraza y por imponer horarios de cierre absurdos (¿cómo puedes chapar las terrazas a las doce en una ciudad en la que a esa hora la gente todavía está acabando de cenar?)

Pero quiero creer que esta nueva medida está encaminada hacia la convivencia de dos colectivos aparentemente irreconciliables: los juerguistas nocturnos y los que aprecian el descanso por encima de todo. El primer paso será, lógicamente, poner en su sitio a lo más radical de ambos sectores, cuadrando por igual al vecino picajoso que protesta por cualquier cosa y al empresario que solo piensa en forrarse y el que venga atrás, que arree. Dada la tendencia a la desobediencia civil tan típica de nuestra querida ciudad (y de toda España), el cargo de alcalde de noche puede ser un marronazo considerable para quien lo acabe ocupando. Porque supongo que no estará tan solo para poner paz entre borrachos y dormilones, sino, que, si se declara un incendio a horas intempestivas, también tendrá que estar al loro.

Nuestro ayuntamiento insiste mucho en que el alcalde de noche es una especie de mediador cuya habilidad reduzca un tanto la tarea de la policía, por lo que se aprecia el habitual tono bonista de las administraciones locales (recordemos aquellos bienintencionados carteles que suplicaban un poquito de por favor a nuestros juerguistas y a los que éstos no hacían ni puñetero caso). Se supone que hablando se entiende la gente y que nuestro alcalde de noche será un conocedor del mundo nocturno con mucha mano izquierda y una habilidad natural para la diplomacia. La idea es bonita, no diré que no. Pero, por lo que tengo observado, cada vez que la cosa se desmanda, hay que acabar recurriendo a las fuerzas del orden y, a veces, al reparto de porrazos. Si la gente se comporta, la vida del alcalde de noche puede ser un chollo. Si no se comporta, un marronazo. Y llámenme cenizo, pero veo más posibilidades para la segunda opción que para la primera.