Como sabrá cualquiera que visite con frecuencia Madrid, ahí conviven sin problemas los taxis de toda la vida con los vehículos de Uber y Cabify, algo que no sucede en nuestra querida ciudad porque nuestros taxistas parecen haberles declarado la guerra a quienes consideran que practican con ellos la competencia desleal. De hecho, Barcelona es un ejemplo casi único de esa aparente incapacidad de convivencia entre los taxis de siempre y los nuevos vehículos de transporte privado (que, en Madrid, por cierto, funcionan de maravilla). Cada vez que alguien intenta hacer algo en pro de esa lógica convivencia, Elite Taxi pone el grito en el cielo, y lo hace en boca de su peculiar portavoz, Tito Álvarez, un sujeto de natural bocazas y faltón que parece disfrutar amenazándonos a todos de lo que se nos puede venir encima como nos mostremos demasiado comprensivos con Uber, Cabify y demás (supuestos) enemigos de los taxistas. Cuando ves aparecer a Tito por TV3, más vale que te calces, pues seguro que te está preparando alguna de las suyas (le gusta mucho ocupar la Gran Vía y contribuir poderosamente al caos del tráfico barcelonés: en una ocasión, los taxistas hasta se trajeron tumbonas y piscinitas para los niños, como si estuvieran de camping).
Si las condiciones de Uber y Cabify son las mismas en todas las ciudades del mundo, me gustaría que alguien me explicara por qué en Barcelona no hay manera de conseguir una amable convivencia con el sector del taxi que redundara en beneficio del usuario. Tampoco estaría mal que me contaran el por qué de la actitud genuflexa de nuestros diversos ayuntamientos ante las cíclicas rabietas del señor Álvarez, quien ahora, además, se presenta como un paladín de la lengua catalana (como si no tuviera bastantes frentes abiertos).
El gran Tito Álvarez, rey sin corona de la ciudad de Barcelona, se ha sacado de la manga que los taxistas pasen un examen para demostrar sus conocimientos de catalán, y ha pedido que su brillante idea se incluya en el Plan Nacional por la Lengua. Según él, nuestros taxistas necesitan el nivel B2 de catalán. Todos menos él, a quién nunca le he escuchado una sola palabra en el idioma de Verdaguer en todas sus muchas apariciones en los TeleNoticies de TV3. Como es el jefe, supongo que se considera exento de cumplir con las obligaciones que les endiña a los demás.
Me pregunto por qué lo ha hecho. Como bocachancla chulesco, amenazante y desagradable ya era insuperable en su género. Puede que en el momento álgido del prusés la cosa tuviera una cierta lógica a lo Gabriel Rufián (síndrome del charnego agradecido en busca de recompensa), pero, ¿ahora? ¿A qué viene ahora esta especie de sobreactuación patriótica, agravada además por la evidencia de que el susodicho no suelta una palabra en catalán ni que lo maten?
No es del todo descartable que el sujeto, en la línea de Dolors Feliu, mandamás de la ANC, aspire a una carrera política. El hombre se ha dado cuenta de que tiene madera de líder y que los suyos le siguen (aunque es probable que muchos lo consideren un bocazas que puede acabar siendo lesivo para sus intereses). Ha visto que el alcalde de turno tiembla cada vez que anuncia una protesta de sus hooligans al volante. Se ha creído que es alguien y puede que el mundo del taxi se le esté quedando pequeño. Igual se ve ya como alcalde de Barcelona, tras montar su propia lista cívica a lo Feliu. De momento, se acerca a los lazis con una medida absurda que él es el primero en no adoptar. ¿No habrá llegado ya el momento de ponerlo en su sitio?