Jaume Collboni será alcalde de Barcelona hasta las próximas elecciones municipales de 2027. La razón no es otra que una moción de censura para desbancarle exigiría un candidato alternativo respaldado por Junts, ERC, PP y Vox, o en su caso, por Junts, ERC y comunes. Ambos supuestos se antojan imposibles por mucho que la política sea el arte de lo posible.
Así pues, y teniendo Collboni garantizada la alcaldía cuatro años sin firmar ni un solo acuerdo escrito con los partidos que le auparon, a nuestro primer edil únicamente le faltaba aprobar los presupuestos municipales de 2024. Los de Barcelona, pese a ser rechazados en el pleno municipal celebrado el pasado miércoles, el alcalde puede aprobarlos de otra manera. Al haberse vinculado su ratificación a una cuestión de confianza de la alcaldía, si en el plazo de un mes la oposición no presenta un alcaldable alternativo, las cuentas se aprobarán "automáticamente" sin más trámites. Por esta vía, Barcelona dispondrá de presupuestos en vigor el próximo 2 de mayo. A partir de entonces, podrá prorrogarlos para el 2025 y, tras ese ejercicio, volver a intentar unas nuevas cuentas anuales para el 2026 y prorrogarlas hasta el año siguiente y de celebración de los comicios.
Y todo ello sin precisar a los comunes, a ERC o a Junts en el gobierno y siguiendo sin derogar el legado de Ada Colau. Se relegará la posible ampliación del gobierno a celebrarse las elecciones catalanas y europeas, con la fortaleza de tener garantizada la alcaldía pase lo que pase. Lleva un año gobernando así, y puede estarlo otros tres años, hasta el final del mandato consistorial.
En paralelo, el alcalde amagará posibles tripartitos, pactos minoritarios de gobierno con ERC o comunes y con Junts. Tendrá, frente a él, a una oposición mayoritaria, pero débil por estar fragmentada en varios partidos antagónicos por el procés o por sus respectivos modelos de ciudad y sociedad. Esta división es la mayor fortaleza de un gobierno minoritario socialista y, por ende, la mayor adversidad para nuestra ciudad. Eso sí, siempre a la espera de que las elecciones catalanas no conlleven pactos que exijan la reciprocidad de respaldos políticos en el Parlament y en el Ayuntamiento. Ahí puede estar la clave de la insinuación de gobierno a ERC hecha por Collboni esta misma semana.
Barcelona tendrá presupuestos por cuestión de confianza, pero imperará la desconfianza en la política municipal. Se puede gobernar con la minoría más absoluta de la historia barcelonesa, los diez concejales del PSC, pero la complejidad de Barcelona necesita una gobernabilidad con un mayor arrope de concejales para atender a las necesidades de gestión en los distritos y en las áreas sectoriales. La aritmética política y partidista puede impedir un rumbo nítido a la hora de definir prioridades, estrategias y acuerdos de ciudad. Y aún peor, pueden ser alternadas por geometrías variables errantes, por equivocadas y sin dirección. Barcelona y su gobernanza no pueden estar desnortadas o erráticas.
Aprobar el presupuesto era necesario, pero es imprescindible que sus cuentas sean las que necesita Barcelona. Además, es menester un Ayuntamiento con solvencia institucional y seguridad jurídica. Un consistorio que promueva políticas nítidas para garantizar la seguridad ciudadana, el compromiso social y la cohesión en los barrios, una fiscalidad justa y correlativa a unos servicios eficaces, infraestructuras en curso, vivienda accesible y una movilidad sostenible y racional. Hoy por hoy, ni en un mañana inmediato, lo anterior lo está. Es de desear que, tras los ciclos electorales inmediatos y las tempestades políticas actuales, torne el sosiego, la racionalidad y el sentido de ciudad, y que Barcelona pueda disponer de los acuerdos y las actuaciones precisas.