El área de movilidad del Ayuntamiento de Barcelona se propone firmar la paz con el sector del motor, representado esencialmente por el coche y la moto. Se les ha hecho llegar el mensaje de que se han acabado las restricciones al vehículo privado, a la vez que es necesaria una visión global del problema. La falta de visión global fue, probablemente, el principal defecto de las medidas de la época en la que la alcaldesa fue Ada Colau. Mucha gente está a favor de reducir el tránsito y, con él, la contaminación y el ruido. Otro asunto es que las medidas que se tomen no reduzcan la presencia de coches, sino que los redirijan a otras calles o, simplemente, acaben provocando atascos.
Un ejemplo es la calle de València. Sus vecinos son eternos sufridores. Antes de la construcción de las rondas soportaba un denso trasiego de camiones. Luego su uso se unificó con el resto de las vías del Eixample. El ruido y la contaminación no desaparecieron pero se redujeron notablemente. La supresión del tráfico en Consell de Cent, convertida en eje verde, ha devuelto el malestar a quienes viven en València. Se pase cuando se pase, el tramo central (de Muntaner a Roger de Llúria) es un atasco constante que, en el caso de Balmes, llega al bloqueo. El cansancio de los conductores atascados acaba colapsando los cruces y provocando altos consumos de combustible y un atronador sonido de bocinas. Los peatones que circulan por las aceras apenas pueden hablar, pero también pasear resulta difícil debido a que ha sido uniformemente ocupada por motocicletas mal aparcadas. Frente a una tienda de estos vehículos, en doble y triple fila. Impunemente.
El caso es que si hay una guerra entre vehículos y peatones, de momento la va perdiendo el peatón. Es de suponer que el consistorio lo sabe y se pondrá del lado del más débil. El viandante no sólo soporta el ruido y aspira la porquería que emiten los tubos de escape y sueltan los neumáticos, además tiene que ver cómo su espacio reservado, las aceras, ha sido colonizado por las motos más los patinetes más las bicicletas. A veces, hasta coches y furgonetas.
Nadie se opone a que los demás circulen. Lo que saca de quicio es que muchos lo hagan por donde no deberían. Los motoristas deben de pensar que, dado que el actual alcalde, Jaume Collboni, iba en moto, van a recibir un trato de favor. Es de esperar que no sea así y que recuerde que es alcalde de todos y que, de vez en cuando hasta los concejales necesitan moverse andando.
No es necesario perseguir al coche ni a la moto ni al patinete ni a la bicicleta. Basta con que se hagan cumplir las normas. Y si no gustan, que se cambien.
Claro que también puede ocurrir que las manifestaciones de los responsables de la movilidad sean de circunstancias. Si se reúnen con los motoristas se les promete lo que sea y lo propio se hace con los automovilistas y con los peatones, aunque unas y otras sean medidas incompatibles. Los medios reproducen las promesas y aquí paz y después gloria. No es necesario hacer nada porque ya se ha logrado el efecto publicitario buscado. Esta práctica está muy extendida entre los cargos políticos. No es en absoluto una exclusiva de este consistorio.
Decía Kapuscinski que un buen periodista miraba con atención el lugar de los hechos una vez se habían ido las cámaras de televisión. El equipo de gobierno municipal no tiene por qué hacer de periodista, pero estaría bien que alguien investigara si se cumplen las medidas adoptadas. Por si se quiere otro ejemplo: la calle de Galileu ha sido peatonalizada en uno de sus tramos y se han instalado señales de tráfico que lo indican. Algunos conductores las respetan, pero la calle sigue siendo utilizada por todo tipo de vehículos a cualquier hora. Para aparcar y para circular. Ni un sólo día ha habido Guardia Urbana que actuara, si no multando, al menos de forma disuasoria. Ése es el reportaje que habría hecho Kapuscinski: el del dinero de todos gastado inútilmente y el de los derechos de los peatones claramente atropellados. Y si no se los atropella físicamente es porque, prudentemente, se apartan.