Los deseos de tener un socio de gobierno han sido descriptibles. Jaume Collboni ha querido, en el año que lleva como alcalde de Barcelona –se cumplirá el próximo lunes 17 de junio—marcar un perfil propio, con medidas concretas implementadas en la ciudad, sin pensar en otros escenarios. En parte, porque no dependían de él, porque todo estaba sujeto al resultado de otras elecciones. La política catalana, la local y la del conjunto de España, están sujetas a la influencia de dos partidos independentistas catalanes: ERC y Junts per Catalunya. Esa es una realidad que nadie debería ocultar, a menos que se desee superarla de cuajo: un pacto entre los grandes partidos de ámbito estatal, cosa que no se quiere ni pensar. Por tanto, llegados a ese punto, lo que ha hecho Collboni es gobernar en solitario, como ha podido, y con ayuda de instrumentos como la moción de confianza, que le ha permitido aprobar los presupuestos de 2024.

La política catalana entró hace ya muchos años en una dinámica de destrucción. No se puede avanzar, porque esos dos partidos independentistas viven una guerra fratricida que lo paraliza todo. Se vio este lunes en el Parlament. En la mesa de la cámara catalana, a la candidata socialista a la presidencia, Sílvia Paneque, ningún grupo le dio apoyo, salvo los 42 diputados del PSC. Es decir, los socialistas, hoy, no tienen posibles socios para poder gobernar.

¿Y en el Ayuntamiento? Collboni había avanzado en las negociaciones con Esquerra Republicana para formar un gobierno de coalición. La operación era difícil, pero tenía cierta coherencia: con 15 concejales, diez del PSC y cinco de ERC, se podía gobernar y pactar con Junts per Catalunya o con los comunes distintas políticas, a derecha e izquierda. Eso podría suceder en una situación de cierta normalidad, de voluntad constructiva, pero no parece que case con la realidad.

Collboni deberá esperar. O esperará sin esa necesidad perentoria. Gobierna. Tiene presupuesto. Es el único que puede gobernar en estos momentos. Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, no tiene las cuentas aprobadas para este año. Y no se vislumbra que en octubre –cuando debería estar listo—tenga las cuentas para 2025. Y en Catalunya sigue como presidente en funciones el republicano Pere Aragonès, que no tiene presupuestos, porque los comunes –después de haberlos pactado con el PSC—se negaron a secundarlos en el último momento, provocando el adelanto electoral.

El alcalde socialista de Barcelona podría pensar, --en algún momento de cierto relajo y distracción—en un acuerdo con los comunes. Pero el partido de Ada Colau está completamente roto, sin horizonte, tras unas elecciones europeas en las que se ha visto superado por Podemos, ahí es nada. La mano derecha de Colau, Jaume Asens, ha perdido frente a Irene Montero. Y el PSC no puede ni ver a los comunes, que no votaron los presupuestos de la Generalitat, y que este lunes se desentendieron por completo de la suerte de los socialistas en la mesa del Parlament.

Se dirá, y en eso se ha transformado la política desde hace muchos años, que el PSC tiene lo que merece, porque no se pacta nada si la otra parte no sale beneficiada. No sirve de gran cosa esgrimir que se lleva un ciclo electoral completo ganando elecciones en Catalunya con cierta solvencia –autonómicas, locales, generales, otra vez autonómicas y europeas—porque lo que importa es el posicionamiento entre los dos partidos independentistas, que viven en una galaxia particular, aunque sostengan que tienen domicilio en Catalunya.

Así las cosas, y con la posible repetición electoral de las elecciones al Parlament de Catalunya, Collboni sigue pensando que lo mejor es gobernar en solitario, unos meses más. Tal vez medio año más. Rien ne va plus.