A mediados de esta semana se daba por hecho un pacto de gobierno en el Ayuntamiento de Barcelona, facilitando el alcalde la entrada al cartapacio a Esquerra y así, a pesar de no alcanzar la mayoría absoluta, dotar a la gobernanza de la ciudad de una mayoría más sólida y estable que la actual. Parece, que a la espera de que los avatares políticos más generales impulsaran a Ada Colau a dar un paso al lado y así permitir que los comunes se conviertan en la tercera pata de un gobierno autosostenido. En los medios, ERC de Barcelona lo presentaba como un gran éxito y decían obtener, sin contrapartidas, áreas estratégicas de la ciudad, como vivienda o turismo. Sin embargo y como nadie da nada para nada, resultaba fácil interpretar que podía formar esta integración parte de un acuerdo más amplio que tenía que ver con la investidura de Salvador Illa y el gobierno de la Generalitat. O al menos lo parecería.

Hay cosas que, aunque no se llamen explícitamente, parecen obvias. Win win, lo llaman. Aunque una dividida Esquerra no tenga superado el “síndrome del botifler”, no disfrutar de ámbitos de poder genera una fría soledad y repetir elecciones catalanas es lo peor que le puede pasar. Ya se sabía el día y la hora en que se presentaba públicamente el acuerdo. Sin embargo, faltaba un detalle de nada: una asamblea abierta de militantes para refrendarlo. ¿Qué podía salir mal? Y como es habitual, los referendos los carga el diablo. Una parte de la dirección de ERC, que ha hecho del antisocialismo su signo de identidad, boicotea el acto al entender que la aprobación anunciada es el principio del acuerdo en la Generalitat. El asamblearismo permite estas cosas y en Esquerra, si miramos su historia -no la de los años treinta sino a partir de los ochenta-, está llena de virajes y actos performativos inesperados. Recordemos el aterrizaje -y nunca mejor dicho-, de Àngel Colom, la escisión de éste y Rahola hacia el PI, los golpes de estado de Puigcercós, las plañideras institucionales de Marta Rovira que llevaron a la declaración de independencia de los seis segundos…

Convocar una asamblea sobre un tema estratégico crucial y prever que sólo habrá cuatro gatos ya tiene bastante cachondeo, pero ante el alud de voto negativo al acuerdo que les venía encima alegando falta de aforo todavía tiene más gracia. Me ha recordado aquella asamblea de la CUP en la que las posiciones quedaron empatadas a 2.317 votos. Estos esperpentos dicen poco de quien los practica, pero, de paso, de toda la política en general. Después nos quejamos de desafección, abstencionismo o votos de protesta hacia opciones extremas... Guste más o menos, a los dirigentes de Esquerra -si es que a estas alturas hay-, tendrán que asumir una estrategia política y un posicionamiento público claro en Barcelona y en Cataluña. Una vez amortizado y desguazado el procesismo por los votantes catalanes muy mayoritariamente, deberá decidir si apuesta por formar parte de la izquierda modernizadora e integradora, o bien lo hace por ser minoría de bloqueo hasta convertirse en irrelevante. Junts está esperando, deseosa, que ésta sea la opción y así quedarse con casi la totalidad de la menguante tarta independentista. Que gobiernen los socialistas, pero que parezca que ERC no tiene nada que ver, no es posible. Como tampoco lo es, aunque sus publicistas lo vayan esparciendo, que tengan que repetirse elecciones y sea culpa de otro. La política, muchas veces, te sitúa en una posición decisiva, y no es posible esconderse y, ni siquiera, pasar desapercibido.

Volviendo a Barcelona, más allá de la aritmética de los votos de los ediles y de los pactos entre partidos, la ciudad está en una tesitura muy compleja. Ya no se puede gestionar en modo piloto automático e ir vendiendo como gran punto fuerte de la ciudad estar saturada de turistas y haberse ido transformando en favor de esta industria. Se tuvo un alcalde de referencia portador de un gran proyecto de transformación llamado Pasqual Maragall. Se continuó el planteamiento con buenos resultados y gran solidez, con Clos y Hereu. Tras ellos han faltado ideas y perspectivas de futuro. Se ha ido cortando el “cupón”, pero las condiciones de vida en la ciudad han ido desmejorando y, lo peor, no hay un horizonte de progreso y que los ciudadanos lo entiendan.

¿Aportaría a esta situación de impasse negativa la entrada de Esquerra al gobierno de la ciudad? Tengo más que dudas. Sin embargo, si acaba pasando, requerirá de otro artículo.