Grotesco espectáculo en el Orfeó Martinenc. La dirección barcelonesa de ERC se vio desbordada. Centenares de militantes llegaron al lugar donde se debía votar si los republicanos entraban en el gobierno de Jaume Collboni. Muchos lo hacían en coche oficial. Salieron de sus despachos a votar en masa porque se activó el toque de pito desde Suiza con la bandera del no al acuerdo con los socialistas.
Marta Rovira se ha puesto el traje de combate que defiende una Catalunya rota antes que roja. Los socialistas vencedores en generales, municipales, autonómicas y europeas son de lo peor y no se puede ni se debe pactar con ellos. Vuelve aquello de los catalanes de primera y de segunda, vuelven los botiflers. Ahora, toca lamer los pies de los que han puesto a ERC a pies de los caballos y los han maltratado hasta el punto de perder el Gobierno. Ahora toca envolverse en la estelada y rendir pleitesía, sumisión más bien, al líder supremo Carles Puigdemont.
¡Que más da Barcelona! ¿Eso a quién le importa? A Marta Rovira absolutamente nada. Ahora el único objetivo es repetir elecciones y volver a probar suerte, a ver si esta vez los buenos catalanes se imponen a esa bazofia de rojos que son más españoles que otra cosa. A ver si los buenos catalanes vuelven a poner en la Plaça de Sant Jaume a un gobierno inoperante, pero muy, muy, independentista.
ERC de Barcelona, su ejecutiva, se vio desbordada. Los que allí estaban acudiendo a la llamada de la jerarca del partido que reclamó cambios en la dirección que a ella no le afectan solo pretendía una cosa: derrotar al sector progresista de ERC que quiere poner orden en la “Escopeta Nacional”, versión catalana. Las elecciones están más cerca que nunca y Collboni tendrá que seguir gobernando en minoría. ¡Menos mal que tiene presupuestos! El alcalde ya sabe que está solo y que nadie moverá un dedo por Barcelona. Por mucho que Sánchez mueva pieza poniendo encima de la mesa una financiación singular para Catalunya, la suerte de Marta Rovira está echada. Mucho mejor una Catalunya rota que dotar al país de una cierta estabilidad.
Los tontos útiles de esta película de Berlanga, los Comunes, siguen sin dar la cara. Ellos fueron los que forzaron las elecciones. Ellos fueron quienes dejaron a Barcelona sin presupuestos. Ellos son los que han hecho posible que Josep Rull sea el presidente del Parlament y que los independentistas controlen la cámara. Ellos son los que se negaron a pactar con PSC y PP la mesa del Parlament porque con la derecha no se pacta. Muchos menos escrúpulos demostró la CUP votando entusiasta a la derecha independentista. Y ellos, en definitiva, son los que tienen al Gobierno municipal en las raspas.
En este rocambolesco escenario me gustaría escuchar a los que ensalzaban la moderación de Xavier Trias porque Trias no es Puigdemont. Compraron mercancía averiada y ahora se puede comprobar con claridad. Junts solo tiene una obediencia y no está en Barcelona, está en Waterloo.
Barcelona está sola. Collboni tendrá que apretarse el cinturón y los concejales del PSC multiplicarse como los panes y los peces porque se auguran tiempos agitados que no serán más que un remake de Regreso al Futuro. ERC no moverá pieza hasta que se consume un nuevo fraude a la ciudadanía. Que el presidente del Parlament no se mueva para que se forme gobierno sino para que se convoquen elecciones. Y hasta octubre la casa sin barrer. Entonces, ya veremos y seguro llegaremos tarde a todo. Un nuevo año perdido. Eso sí, Catalunya estará rota, pero no será roja. Gracias a Comunes e independentistas.