Hace cuatro años, una acusación nunca formalizada por acoso sexual contra un señor llamado Carles Garcías, jefe de gabinete de la Conselleria d’Exteriors de la Generalitat cuando la dirigía Alfred Bosch, provocó su cese inmediato, así como la baja de militancia. El propio conseller dejó el cargo tras el escándalo, pagando así por no haber puesto en marcha el proceso antiacoso previsto por la propia Generalitat.

Sergi Sabrià, presidente entonces del grupo de ERC en el Parlament, sacó pecho para presumir de lo alto que había puesto el listón de la ética su partido.

Sin embargo, hace algo más de un año el propio Sabrià, vicesecretario de comunicación del partido, utilizaba mensajería encriptada y un alias para comunicarse con los autores de los carteles pretendidamente ofensivos contra Ernest Maragall; unos carteles que lo asociaban al Alzhéimer y, para que no hubiera confusión, añadían una fotografía de su hermano Pasqual.

Pese a que el encargo de esa curiosa contracampaña electoral partió de un funcionario de ERC y a que se pagó por la vía B a través de una empresa vinculada al partido, Sabrià asegura que su relación con los autores solo perseguía frenar el disparate convenciendo y pagando en lugar de denunciarlos ante la policía.

Da un poco de miedo que los partidos estén en manos de gente capaz de maquinar este tipo de artimañas. Como siempre, las increíbles explicaciones de ERC apuntan al último mono, al jefe de prensa en aquel momento, Tolo Moya, que ha amenazado con tirar de la manta y explicar de dónde venían las órdenes. De Oriol Junqueras no, desde luego, porque ya ha dicho, desmintiendo al partido, que nunca supo nada del asunto.

Dicen que fue una idea de bombero tratando de suscitar una reacción contraria en los electores para inducirles a la lástima animándoles así a votar al pobre candidato republicano a la alcaldía de Barcelona. Los más enterados apuntan que fue un boicot de un sector de ERC contra la apuesta personal de Junqueras. Lances cainitas de aprendices de brujo en cualquier caso.

La primera reclamación que Josep Lluís Carod-Rovira planteó a Pasqual Maragall para apoyar su presidencia la Generalitat en 2003 fue, además del sillón de conseller en cap para él mismo, el control de la comunicación del nuevo Govern y, en consecuencia, de TV3 y Catalunya Ràdio. Condiciones que daban una pista de su vocación propagandística y de una pretendida experiencia en el manejo de la información. Los hechos demostraron que usaron aquellos instrumentos para sacudir a los socios de coalición, además de procurarse adherencias en los territorios donde tenían poco peso, como los rurales.

Lo que más sorprende de todo esto es la actitud de Ernest Maragall, un hombre que rompió el carnet del PSC, como su cuñada, Diana Garrigosa, por el trato que el partido había dado a su hermano Pasqual durante toda su carrera política, en especial en los tres años que presidió la Generalitat.

Pasqual Maragall ha sido, probablemente, el político español contemporáneo que más infundios personales tuvo que sufrir a lo largo de su vida, unos ataques que en ocasiones alcanzaron a sus hermanos y que tanto afectaron a toda la familia, en especial a sus padres. Que el partido en el que aterrizó Ernest Maragall haya usado la cruel enfermedad de Pasqual en la carrera electoral no tiene nombre, pero dice mucho de una organización a la que sigue vinculado y a la que incluso elogia.