Hay líneas rojas que nunca se pueden pasar. Ni con el adversario y menos con los propios. La crítica política puede ser dura, incisiva, hiriente, pero siempre en el cuadrilátero político. El tema personal no entra, no debe entrar, en la lucha política cada vez más cainita. Esta semana hemos conocido un episodio que siendo benevolente solo voy a calificar de indecente. Me refiero a los carteles que aparecieron en la campaña electoral que ponían en la diana a Ernest Maragall y a su hermano, el gran Pasqual Maragall, bajo el miserable eslogan “fuera Alzheimer de Barcelona”.
En aquellos días, se señaló a los socialistas que pretendían desprestigiar a Ernest Maragall por traicionar a su partido de toda la vida. También a los de Xavier Trias acusándolos de usar malas artes. Con estos culpables en el horizonte, el candidato republicano presentó una querella por delito de odio. Lo que hemos conocido esta semana --gran trabajo del diario ARA todo hay que decirlo-- es que aquellos carteles tenían paternidad republicana. Nadie se hace responsable en ERC y fue patética la reacción de Marta Rovira.
Nuestro compañero Manel Manchón escribía esta semana que ERC y Maragall debían dar explicaciones. No le falta razón porque hay muchas sombras y preguntas por responder. ¿Por qué no fueron expulsados los autores cuando fueron identificados ¿Por qué Ernest Maragall retiró su denuncia cuando fue informado? Si la actuación es personal de un militante de ERC, ¿por qué se le pagó a través de una empresa de ERC? ¿Hasta dónde sabían los máximos responsables de comunicación de ERC --Sergi Sabrià y Marc Colomer-- de las andanzas de este militante? ¿Por qué Ernest Maragall señala sólo a Tolo Moya que tenía dependencia jerárquica de Sabrià y Colomer? ¿Por qué mantenían charlas a través de una aplicación encriptada? ¿Si hablaron con los autores y el partido les pagó, que conocía la dirección? ¿Cuál era el objetivo de la campaña? ¿Por qué Marta Rovira, secretaria general del partido, cuando se enteró no depuró responsabilidades? ¿Es que sabía algo más? ¿La dimisión de Sabrià es un sacrificio para evitar que la mierda llegue a Rovira? ¿Por tanto, las responsabilidades llegarán a las personas que conocían --eso como mínimo-- el sucio asunto y no movieron un dedo bajo la premisa de preservar la imagen del partido?
Seguro que se podrán sumar más interrogantes a este asunto, pero si pagas y hablas y no actúas como dirección las sospechas son más que plausibles. Es decir, estos militantes actuaron a las órdenes de alguien. Y es un contrasentido pagar y no expulsar. Sorprende también que el insultado retirara la demanda --dice que para proteger a la familia-- solo cuando supo que los culpables no eran los malvados socialistas ni los pérfidos junteros. Y señala casualmente al último del escalafón. Y las casualidades no existen señor Maragall.
Sabrià, Colomer y la propia Rovira se han visto retratados, y ahora Maragall de forma burda los intenta proteger culpando a Tolo Moya, y Sabrià dimite para evitar que la cosa vaya a mayores. Todo un agujero negro este escándalo. ¿Qué se pretendía conseguir? ¿Culpar a los adversarios de guerra sucia? Puede ser, pero sin duda, esta patochada no ayudó al candidato que no estaba en su mejor momento desplazado de una campaña que monopolizaba por un lado Trias y por otro el binomio Collboni-Colau. ERC sabía de la debilidad de su candidato. Era un secreto a voces que amplificaban todas las encuestas habidas y por haber. Pero, las dudas impregnaron a la dirección y Maragall fue elegido candidato. Si los linces que patrocinaron esta campaña pensaron que se vendría abajo es que simplemente no conocen a Ernest Maragall.
En estas páginas, he sido muy crítico con Maragall y siempre manifesté mi opinión que el pacto con el PSC solo era posible sin el antiguo militante socialista. Y así fue. Sorprende que los que se afanaron en dinamitar este acuerdo están en la órbita de los que se afanaron en hundir la imagen de su propio candidato. Ahora, sin él siguen erre que erre y han hurtado a la ciudad de Barcelona de un gobierno con mayor estabilidad por intereses más que espurios. Marta Rovira, que se presenta como una nueva Thatcher con puño de hierro, debería ser la primera que hiciera acto de contrición y asumir sus responsabilidades porque poner sordina a este escándalo es más que escandaloso. Con Sabrià no es suficiente.