Hace unos días el ayuntamiento presentó el barómetro semestral. Esta encuesta municipal, un “Barcelómetro”, refleja los problemas, en intensidad y detalle, que más preocupan a los barceloneses.
En el podio de los problemas señalados por nuestros vecinos figura la inseguridad impertérrita en primer lugar y a mucha distancia de la segunda inquietud ciudadana. La delincuencia es lo que más preocupa desde hace años y debiera ocupar más al consistorio y a la Generalitat, ambas corresponsables de luchar contra este mal cronificado y agravado en una Barcelona en la que el delito es capital.
El acceso a la vivienda es el segundo problema y es así señalado por más barceloneses que antaño. De los 45 años de gobierno municipal en democracia, la izquierda ha gobernado durante 41 la ciudad y su fracaso en promover techo social a quien lo precisa y a los jóvenes es la constatación de la fragilidad y frivolidad de su discurso.
El tercer problema es el turismo. Es la novedad de la encuesta. Se vuelve a los peores tiempos en que se percibió un rechazo ascendente a esta actividad económica y de empleo al ser visto por algunos, no una oportunidad, sino una adversidad. Esta percepción escala posiciones en las inquietudes por la deficiente política municipal de vivienda, en convivencia o en comercio, entre otros. Ello ha contribuido a que el turismo pueda ser visto como un problema, cuando el problema son las deficiencias de su gestión municipal.
El gobierno municipal podría estar satisfecho por la valoración de su gestión y que mejora al alza desde el acceso a la alcaldía de Collboni. A ello no le es ajeno la decena de millones de euros públicos en publicidad municipal que en un año dedica el ayuntamiento a, entre otros menesteres, ensalzar su labor.
Sin embargo, lo que me preocupa es la convicción de los barceloneses constatada en el estudio sociológico consistorial sobre si Barcelona va a mejorar o no próximamente. La respuesta ciudadana es decreciente en su confianza ante el futuro de nuestra ciudad y creciente su negatividad. Este último barómetro refleja un retroceso evidente del optimismo de los barceloneses sobre una hipotética y futura mejora de Barcelona y el ascenso notable del pesimismo al percibirse que la ciudad va a empeorar en los tiempos venideros. En los últimos cinco años, con Ada Colau ya como alcaldesa, ninguna encuesta municipal había constatado de esta forma que Barcelona empeorará, ni tan pocos los que creen que mejorará, como apunta el reciente barómetro.
La conclusión es evidente. El optimismo es el menor y el pesimismo el mayor del último lustro y eso se ha de revertir con inyección en proyectos de ciudad y con buenos gobiernos y mejores políticas. Tenemos una gran ciudad, pero como todo lo que se quiere hay que cuidarla. Y el ayuntamiento debe hacerlo más y mejor. El “Barcelómetro” municipal refleja preocupaciones que se agravan y perpetúan y oportunidades convertidas en problemas por deficientes gestiones municipales. Sobra complacencia y falta exigencia y eficacia. Barcelona y los barceloneses se lo merecen.