Una afirmación que se podría calificar de atrevida, en tiempos en los que el turismo no tiene buena fama. Pero la estrategia del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, se podría entender como una forma de que el turismo gane valor, de que visitar la ciudad sea una experiencia realmente inolvidable. ¿Pagando más? No exactamente.
¿Qué quieren las ciudades? Las que no sean atractivas, las que no generen riqueza y, al mismo tiempo, servicios de calidad, no estarán en el mapa en los próximos años. Barcelona debe competir duramente con otras grandes urbes, tal vez no con las más grandes, porque sus dimensiones, como Londres o París, son excesivas. Pero sí puede presentarse justo en el escalafón inmediato. Para ello, sin embargo, deberá establecer algunas prioridades.
Collboni está dispuesto a encarecer las estancias en la ciudad, con la idea de generar más ingresos que se puedan dedicar a otros fines, como la vivienda. Pero, ¿cómo? El primer paso es aumentar el IBI a establecimientos de lujo, como los hoteles con más estrellas. También se propone que los autocares turísticos paguen más por sus aparcamientos en el centro de la ciudad, o que el Puerto pague más IBI por las terminales de cruceros. ¿Es injusto?
La primera idea que surge es que Collboni necesita aprobar los presupuestos de 2025, y que los comunes y ERC están en esa línea, con el objetivo de controlar el turismo. Pero los socialistas, al margen de esa exigencia de sus posibles socios, están convencidos de que todos los actores implicados en la industria del turismo deben colaborar más.
En el horizonte inmediato está el posible aumento de la tasa turística por pernoctación en la ciudad. Ese incremento, que depende de que el Parlament lo autorice, no lo pagarían los hoteleros. Saldría del bolsillo del turista, que podría –o no— cambiar su destino en función de esa subida. ¿Sería de verdad un drama un cierto descenso de ese flujo turístico?
Una cosa es demonizar el turismo, y otra es controlarlo con distintas herramientas: fiscales, urbanísticas o digitales.
El problema en Barcelona –y en otras muchas ciudades o territorios—es que las medidas se acaban ideologizando. Y Collboni se ve en la tesitura de negociar con comunes y ERC, y no con Junts o el PP, --recordemos que Daniel Sirera permitió la elección de Collboni como alcalde. Pero controlar el flujo turístico, o intentar que el conjunto de la ciudad se beneficiara no debería ser algo tan ideológico como se presenta.
Collboni, en todo caso, también tiene en la cabeza una cuestión electoral. ¿Deben prescindir de ello los dirigentes políticos en un sistema electoral competitivo? Sabe que puede incrementar sus apoyos a partir de la bolsa de los comunes, que ya no tendrán a Ada Colau como líder. Y esa pretensión, la de buscar un acercamiento, se une a la idea clara de hacer de Barcelona una ciudad turística de verdad: más cara, con valor añadido, que genere ingresos, y que esos recursos –que deberán ser fiscalizados—se destinen a prestar mejores servicios para los que viven todo el año.