Una vez finalizada la Copa América es el momento de una valoración inicial. En primer lugar, cabe señalar que Barcelona es y ha de ser capital de y del deporte y la vela ha de ocupar un lugar destacado como ciudad de mar que somos.

A partir de aquí debiéramos preguntarnos si los 45 millones de euros aportados por las administraciones para la celebración del evento han tenido el retorno esperado. Su desglose: el Estado 18,5; la Generalitat 13,25; el Ajuntament 8,25; y el Consorci de Turisme 5; a los que se debe añadir 9 millones transferidos a la Fundació. Cifras y pormenores que pudieran no ser las definitivas e incrementadas con el IVA.

Es evidente que este acontecimiento de alcance global era y ha sido una oportunidad para proyectar internacionalmente a Barcelona como una ciudad de excelencia. La Copa América es una ventana abierta al mundo desde la televisión cuyas audiencias y la espectacularidad de los barcos en competición se tornan en un impecable anuncio publicitario de Barcelona y de atracción de un turismo de calidad que tanto le conviene. También el evento permite afianzar la apuesta por la economía azul, el arraigo de empresas de alta tecnología y el encarar actuaciones urbanas pendientes en la fachada marítima, entre otras bondades.

Sin embargo, no todo el monte es orégano. La Copa América ni ha arrastrado multitudes ni centraba el interés de la mayoría de barceloneses. Podía ser un acontecimiento de ciudad, pero no cotidiano en su quehacer ciudadano. No se han agolpado multitudes en la Barceloneta para seguir las regatas y desde tierra apenas se vislumbraba el palo mayor de las embarcaciones. Los más interesados, pocos, la seguían por tv para enterarse del desarrollo de la competición, bastantes prestaban atención solo en los resúmenes de los informativos y muchos ni siquiera eso.

Los centenares de miles de visitantes anunciados podrían contarse en decenas. Las expectativas de afluencia han sido un fracaso y su incumplimiento un fiasco para sectores del comercio o de la restauración e incluso gran parte del hotelero que han visto frustradas sus previsiones de negocio.

Considero que el ayuntamiento acertó al promover el evento. Es positivo en cuanto pudiera representar una inversión de futuro con retorno de beneficios en proyección internacional, innovación tecnológica, actuaciones urbanísticas de barrio y marítimas y de turismo de calidad. Sin embargo, ha errado en su gestión. Se acogió ser sede de la 37 edición de la Copa a regañadientes y se hizo sin convicción por la entonces alcaldesa Ada Colau.

Eran tales los complejos que se pretendió trasladar a la ciudadanía que los barceloneses vibraríamos con el evento, pero la afluencia ha sido relativa, el ingente número de visitantes falso y el legado discreto. Dicho de otra manera, la mayoría ha pasado de las regatas y amplios sectores económicos están frustrados cuando no engañados. Los conciertos organizados en la playa y en el Paseo de Gracia fueron excepcionales, pero también pueden organizarse con cualquier otro pretexto y éxito si se asignan los mismos cuantiosos presupuestos.

Casi todas las obras que se decían vinculadas al evento ya estaban previstas o de forma venidera deberían ejecutarse. El nuevo Port Olímpic ya estaba perfilado y aun así todavía existen concesiones de restaurantes sin inicio de explotación. La apuesta por la economía azul ya estaba formulada antes de ser designada para celebrar la Copa América. Por otra parte, este mes se anuncian proyectos que ejecutar en el frente marítimo no antes del 2026 y pendientes desde hace dos décadas.

Es un buen momento para recordar aquella Red Bull, exhibición aérea sobre el mar, y que sí congregaba a miles de barceloneses en la fachada marítima. También era un gran anuncio de tv para proyectar Barcelona como lo era la World Race, una prueba náutica de excelencia y nuestra. Debieran retornar.

El ayuntamiento ha finiquitado la Copa América con un anuncio de gobierno del que ni siquiera el alcalde fue su portavoz. Se hizo apenas horas después de finalizar el evento, sin balances ni razones argumentadas en hechos y cifras. Ni se ha esperado al informe de la Universidad de Barcelona que se dijo se encargaría para evaluar el evento y aún hoy se mantiene la opacidad del elaborado por la Pompeu Fabra a instancias del consistorio y que vaticinaba que el acontecimiento arrastraría millones de visitantes.

La Copa América no era Jauja. Pretendieron hacérnoslo creer con una burda operación de blanqueo de inversiones y actividades y con el maquillaje de miles de euros en publicidad. Bastaba con decir la verdad. Se habría entendido mejor, sin falsas o desproporcionadas expectativas y con resultados ciertos. Ha tenido su coste sí, y también su retorno que hay que evaluar. Aprendamos la lección y que se exijan las responsabilidades a quien proceda del ayuntamiento y de la Fundación Barcelona Capital Naútica. El legado es perseverar en iniciativas y proyectos que, siendo positivas y necesarias para Barcelona, los gestores públicos las distorsionan y con ello las perjudican.