El Ayuntamiento ha decidido que el tradicional Belén instalado cada año en la Plaza de Sant Jaume forme parte de la historia de pasado de la ciudad. El alcalde Collboni le ha puesto la cruz que elimina su continuidad y lo ha justificado para superar las polémicas que sobre su diseño se desataban antaño que eran imposibles de evitar. ¡Cómo no iba a ser controvertido el pesebre cuando acumulaba en cada Navidad sucesivos agravios y despropósitos! Recordemos aquellos Belenes-bodrios del butanero u otros propios de la película “la momia” cuando no su confusión con trasteros desordenados, la presencia irreconocible de la Sagrada familia en el mismo o su confusión con un comedor sin apenas relación con la celebración festiva.
Siempre he propugnado que Barcelona ha de conciliar tradición y modernidad, costumbre e innovación. Y lo anterior no es incompatible con que abuelos, padres, hijos y nietos paseando por nuestra ciudad y en pleno centro y en la Plaza de Sant Jaume puedan compartir el sentir de la Navidad. Que recuerden acontecimientos e historias de familia y de transmisión de valores junto a un Belén en el que se reconozca “sin inventos” al Niño Jesús, la Virgen y San José y a los Reyes Magos.
Ahora, el alcalde Collboni ha decidido suprimirlo y en su lugar colocar en la Plaza una estrella de 20 puntas que a muchos nos recordará a la que remata la Torre de la Virgen María de la Sagrada Família. Por cierto, a la estrella luminosa de la Basílica el consistorio le impuso desde la primera noche la “censura de la luz” siendo condenada a estar apagada, salvo horarios restrictivos o momentos excepcionales, por considerar que contaminaba lumínicamente.
Barcelona ha tenido su Grinch, ese personaje de ficción que quiere arruinar la Navidad, en nuestra exalcaldesa. Ada Colau incluso pretendió imponernos en la plaza Catalunya stands politizados con el pretexto de la celebración, sic, del invierno. La respuesta gélida ciudadana la condenó al infierno de la indiferencia. Confío en que nuestro alcalde no acabe siendo el paje del Grinch Colau y se deje de complejos y sectarismos ideológicos como los de aquellos tiempos en los que el consistorio instalaba abetos navideños a pedales que requerían de transeúntes ciclistas para ser encendidos.
Parece que para nuestro gobierno municipal la Navidad o es laica o no será. Con este hilo también pudieran renombrar a nuestro callejero pleno de referentes religiosos con otras denominaciones, la propia Sant Jaume y tantas calles que nos evocan el santoral. Ya puestos a ser laicos, por qué no, pensarían nuestros munícipes, suprimir la Cruz de Sant Jordi del escudo y bandera de la ciudad. Fuera tentaciones, es obligado desterrar tanto adoctrinamiento que desnaturaliza nuestras tradiciones y raíces.
La buena estrella de Barcelona es aprovechar el potencial y la oportunidad que para nuestra ciudad suponen estas fechas para proyectarnos como capital de encuentro, de cultura y familiar, de comercio, turismo y solidaridad. Iniciativas no faltan ni faltarán. Las hay comerciales desde el Paseo de Gracia, la Gran Vía o los ejes de barrios hasta la tradicional de la Fira de Santa Llúcia o la más reciente del Port.
Y sin olvidar el impacto de la celebración del Año nuevo en Montjuïc. La ampliación de los horarios de iluminación de edificios singulares, monumentos y de la propia ornamentación en calles es precisa. Y de paso sin tanta alegoría que, más que iluminación navideña, algunas calles parecen Chinatown. Aún estamos a años luz de las grandes capitales del mundo, Nueva York, Londres, París o Berlín.
Apostemos por ser una ciudad de la luz, y no solo en Navidad, y no la urbe oscura o con niveles bajos lumínicos en la mayoría de calles y espacios públicos.
En las fechas que se avecinan debiéramos imponernos el reto y la obligación en convertir los buenos deseos en obras todo el año desde el compromiso social para quien más lo precisa: nuestros mayores en soledad, familias y personas sin ingresos o colectivos en desamparo. Y añadamos alimento, techo y compañía para todos a los deseos de paz, amor y felicidad.