Pese a que un viaje se convierte a veces en algo enteramente placentero, lo cierto es que dar un paseo y trasladarse de un punto a otro no tienen por qué ser lo mismo. Al menos, en Barcelona.
El lunes de la semana pasada, primer día laborable de estreno en el Trambesòs, los convoyes del tranvía que unen la plaza de Glòries y la plaza Verdaguer, casi 2.000 metros, iban a medio pasaje. Curiosos, turistas, pero, sobre todo, gente corriente; viajeros despreocupados, con su móvil, cargados de paquetes, ciudadanos que podrían estar tanto en el metro como en un autobús que cubriese el mismo trayecto. O en los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC) si existieran en ese territorio.
Quiero decir que no había nada extraordinario, que en su primer día de funcionamiento el nuevo tramo del ferrocarril urbano había sido absorbido por la normalidad más absoluta, algo ostensible y muy por encima de los visitantes y de los curiosos. De hecho, el paisanaje era besonense, gente de la zona de Santa Adrià del Besòs que iba y venía al nudo de Glòries.
En cierta forma, resultó decepcionante en comparación con el día que subí -hace ya algunos años- por primera vez al Trambaix. Quizá el recuerdo esté desdibujado, pero entonces no había muchos turistas y tampoco gente, por ejemplo, que fuera a hacer faenas a los domicilios burgueses del tramo noble de la Diagonal. La mayor parte de los pasajeros estábamos curioseando; era como un paseo.
La Diagonal que va de Verdaguer a Glòries es en estos momentos una frontera entre barrios hilvanada -o separada- por la costura del tranvía; en ese territorio ya no existe el upper Diagonal; de hecho, diría que ahí nunca existió. Un paseo a pie por el trayecto descubre un territorio amigable, pendiente de la definitiva y esperanzadora urbanización de la hasta hace poco horrible plaza. Habrá que ver si somos capaces de administrar ese nuevo espacio de forma que el disfrute ciudadano sea compatible con el legítimo negocio turístico y con el derecho al descanso de los vecinos.
Cabe preguntarse si la mejora de esa esquina de la ciudad requería el gasto que supone el tranvía, si éste contribuye a la movilidad de la ciudad y si era la mejor de las opciones posibles. Los cambios de opinión de algunos alcaldes, la falta de respeto a los resultados de la consulta del 2010 y los cambalaches presupuestarios son casi perdonables. Lo que importa de verdad es que el serial beneficie a los barceloneses, y, de momento, el resultado parece inocuo.