Si bien nunca he sido socio del Ateneu Barcelonès, lo he visitado en más de una ocasión. Aunque se supone que el acceso está limitado a los socios a corriente de pago (no sé si Lluís Llach formará parte de tan prestigiosa institución, pero teniendo en cuenta que no pagó las cuotas de la ACN hasta que decidió presentarse a mandamás de la entidad - fielmente secundado por el payaso Pesarrodona, aquel votante del 1 de octubre que se tiraba al suelo sin que lo zurrara ningún policía, al igual que el visionario Graupera- yo me lo pensaría antes de aceptarlo como socio, a no ser que avise de su intención de optar a la presidencia del Ateneu), confieso haberme colado más de una vez en compañía del cantautor galáctico Jaume Sisa y nuestro común amigo Ignasi Duarte, que tenía un truco infalible para dejar atrás al cancerbero. "Hem quedat amb en Pibernat”, le decía, y tal afirmación se convertía en un Ábrete Sésamo (hasta que el pobre Pibernat pasó a mejor vida y nos quedamos sin saber a quién recurrir para colarnos en ese bar con terraza que nos resultaba tan querencioso).

La verdad es que se estaba muy a gusto tomando algo en el bar del Ateneu. Y nos gustaba lo de que fuese un club, nada que ver con los británicos, pero sí un poco en esa línea. Desde que está al mando Isona Passola, no hemos vuelto a poner los pies. No porque le tengamos manía a Isona, que es una chica muy simpática, sino que, por motivos que no vienen al caso, los tres nos pasamos la vida en Madrid (Sisa alarga su exilio hasta Soria y yo tengo mi segundo hogar (¡qué bonito es el amor!) en Colmenar Viejo, agradable trozo de Suburbia a media hora de la capital). Eso sí, por lo menos yo, que la conozco desde hace años (y me cae bien, aunque para algunas cosas se las trae), me he dedicado a supervisar la actuación de Isona Passola al frente del Ateneu Barcelonès, actuación que, de una manera cíclica, acaba siendo reflejada en la prensa digital en general y en Metrópoli Abierta en particular.

Hace un tiempo, Isona se las tuvo con los responsables de la escuela literaria del Ateneu, entidad que funcionaba como un reloj (gracias a Mercedes Abad y a algún que otro factótum), pero que a Isona no le debía acabar de convencer, pues se metió por en medio con intenciones que nunca me quedaron muy claras. A mí me parecía la típica situación de ésas que los anglosajones resumen con la expresión Why mend it if it´s not broken (Para qué arreglarlo si no está roto), pero Isona debía llevar alguna de canto que nunca llegué a columbrar del todo.

No hace mucho, hubo protestas del sector más cebolludo del Ateneu por una exposición sobre Stefan Zweig cuyas cartelas solo estaban en español e inglés (cosa rara, pues a Isona no le gana nadie a cebolluda). Poco después, ese mismo sector se quejó de que el bar y restaurante se había llenado de camareros que no hablaban catalán (nueva sorpresa por parte de Isona, que es de natural indepe, pero también lo es Lluís Llach y eso no le impidió registrar su fundación en Madrid para ahorrarse un dinerito: igual los camareros castellanoparlantes salían más baratos que los bilingües. Y no olvidemos que Isona, en sus tiempos de productora cinematográfica, por las mañanas exigía la independencia de Catalunya y se iba a la plaza de Sant Jaume a recibir a Artur Mas (en compañía de difunto Rubert de Ventós) y por las tardes se pillaba el AVE, se plantaba en Madrid y ponía el cazo en TVE y el Ministerio de Cultura, principales socios capitalistas de películas como Pa negre, del difunto Agustí Villaronga: estamos ante una mujer tremendamente ecléctica para todo aquello que le conviene.

Ahora anda metida en un fregado con los responsables del restaurante del Ateneu, que lo quieren traspasar porque parece que no les salen los números. Por motivos que no están muy claros (con Isona casi nunca lo están), los del restaurante están a malas con la dirección del Ateneu. Se impone una declaración de la señora Passola en la que nos explique qué pasa exactamente con el restaurante, qué ocurrió concretamente con la escuela de escritura, por qué se olvidó del catalán en la expo de Zweig, por qué se acepta que los camareros no hablen la lengua de Verdaguer cuando se supone que se trata de la autorreconocida prioridad de Isona al ponerse al frente del Ateneu. A ver si va a resultar que, como el gran amigo de su difunto padre, Ermengol Passola, el expresidente (con deixa) Pujol, Isona tampoco cree en la independencia y nos ha estado dando gato por libre los últimos cuarenta años.

De momento, para mí lo fundamental es la contratación de un fisonomista que no sepa lo que es el Ateneu ni esté familiarizado con sus socios. Solo así conseguiré volverme a colar con el cantautor galáctico y el joven Duarte tras informar al indocumentado de la entrada de que hemos quedado con el amigo Pibernat, al que él no conocerá ni vivo ni muerto.