De los datos que se han conocido a lo largo del año y en especial los últimos que ha difundido el Observatorio Turístico de Barcelona podría deducirse que en 2019, el año previo a la pandemia, la ciudad alcanzó el techo en lo que a visitas turísticas se refiere.

Hasta octubre, la capital catalana recibió 100.000 visitantes menos que en el mismo periodo de 2023 y 600.000 menos que en 2019. En cuanto al gasto por turista, ya casi alcanza los 100 euros por día (99,71€), ocho más que el año pasado y 17 por encima de 2019. Probablemente, la inflación tiene bastante que ver con esos aumentos espectaculares, pero seguro que influyen otros factores.

El alcalde Jaume Collboni relaciona el fenómeno con la gobernanza del turismo que se ha hecho desde el Ayuntamiento. Es una referencia implícita a la subida de las tasas sobre el hospedaje, el frenazo a las licencias hoteleras, la eliminación prometida de las licencias de apartamentos turísticos, incluso a las actuaciones concretas como la que salvó una línea de autobús robada a sus usuarios naturales.

Pero tampoco habría que descartar otros motivos para entender esa presunta estabilización. Porque la experiencia sugiere que la tasa turística no influye demasiado en la presión de la demanda. En Ámsterdam, un hotel de cuatro estrellas aplica unos 24€ por noche (en Barcelona son 6,7€) sin que haya hecho mella en la afluencia. En Venecia, ocurre otro tanto: ni siquiera los cinco euros de peaje veraniego a los visitantes de un día han tenido un efecto apreciable.

Puede que haya terminado eso que los expertos llaman turismo de venganza, con el que la gente queríamos resarcirnos de los confinamientos de la Covid. Y también es posible que asistamos a un cambio de tendencia. De la misma forma que España se vio invadida por quienes buscaban sol y playa sin que la Administración hubiera movido un dedo para fomentarlo y sin que el parque hotelero fuera especialmente atractivo, ahora puede que confluyan distintos factores que enfríen esa demanda.

Cierta conciencia medioambiental, difusión de las patologías originadas por la radiación solar, nuevas experiencias exóticas a ojos del viajero, subida de precios, mejora de ofertas locales en los países emisores. Hay un sinfín de razones que explicarían esa presunta moderación en la llegada de visitantes.

De manera que estamos ante unas cifras que podrían constituir una buena noticia para los barceloneses; también para los empresarios, a los que ofrecen la oportunidad de consolidar sus negocios, mejorar la calidad y contribuir a que la ciudad se convierta en referente del buen turismo.