La política moderna, caracterizada por los trackings constantes, la velocidad de las redes y la voracidad de los medios, parece habernos hecho creer a todos que el gran político es aquel capaz de aprovechar el momento para colocar un mensaje de fácil consumo que le permita maximizar resultados electorales. Aquel capaz de entender qué quiere escuchar la gente para vociferarlo el primero.
Esto nos ha llevado a encumbrar a políticos que, afirmando ser los portavoces de “lo que la gente piensa de verdad”, se permiten comentarios y reflexiones que apelan a lo más bajo del ser humano.
Apelan al miedo, al odio, a la víscera. Y lo hacen de forma tan sencilla y primaria que consiguen el efecto deseado en parte del electorado. Y si tienen que utilizar a un colectivo o persona concreta como foco de sus bravuconadas, no tienen el menor reparo en hacerlo. Porque lo único importante es conseguir la máxima aceptación posible. Y con eso se quedan tan anchos.
Es cierto que, en términos de pura eficiencia electoral, probablemente el mejor político sería aquel capaz de conseguir maximizar resultados sea como sea, pero no me resigno a creer que de verdad ese deba ser el camino de la política.
Quiero creer que el deber de quienes nos dedicamos a lo público, aunque sea por un tiempo, es el de abordar debates difíciles. Debates que nos permitan hablar de lo que mucha gente no quiere escuchar. Porque hay realidades incómodas a nuestro alrededor. Y no abordarlas por una lógica electoral no solo es un error, sino que también es un comportamiento perverso.
Permitidme aterrizar el asunto. En Europa, según diferentes entidades como FEANTSA o la Fundación Arrels, se calcula que hay entre 900.000 y 1.300.000 personas sin hogar. Según el Instituto Nacional de Estadística, más de 7.000 personas duermen en las calles de nuestro país. ¿Es este un dato fácil de digerir? En absoluto.
De todos modos, con estos datos, solemos hacer lo mismo que hace la mayoría de la gente al ver a una persona durmiendo en la calle: mirar hacia otro lado.
Como servidores públicos no podemos mirar hacia otro lado. Ni mucho menos hacer dejación de funciones de forma intencionada. Y esto es lo que ha sucedido en Badalona, mi ciudad.
El pasado mes de abril se cerró el único albergue para personas sin hogar de la ciudad como fruto de la mala gestión del ayuntamiento. Esto, en Badalona, no es una novedad.
El Ayuntamiento no funciona desde hace años y no hay manera de darle la vuelta a la situación. Pero lo verdaderamente preocupante no es que el contrato del albergue debiera volver a replantearse. Lo grave es la respuesta política frente a esta situación.
Como presidente del Grupo Socialista, pregunté en múltiples ocasiones al gobierno de la ciudad cómo pensaban abordar el problema que afrontaba la ciudad y que dejaría a decenas de personas en la calle. La respuesta nunca llegó. No había ninguna voluntad de habilitar un albergue para personas sin hogar en nuestra ciudad. Las malas lenguas afirman que un albergue no da votos. Pero... ¿nadie será tan malvado como para guiarse por eso, no?
La realidad es que, tras meses de marear la perdiz, ya todo el mundo da por hecho que en Badalona no habrá albergue alguno. Tras abandonar la esperanza (quizá nunca debimos abandonar la intensidad en esta reivindicación), me dediqué a preguntar por la conocida “operación frío”. Me preocupaba mucho saber qué iba a pasar con las personas que dormían en la calle en cuanto llegase el frío de verdad a la ciudad.
La respuesta tardó en llegar, y lo que se me dijo fue que se habilitaría un espacio provisional en cuanto las temperaturas bajasen de 0 grados. ¿Cómo se puede ser tan mezquino?
¿Imagina alguien dormir a dos grados en las calles de Badalona? Puedo entender que defender un albergue no dé votos, pero la falta de humanidad debería quitarlos.
Y frente a esto, cuando he salido defendiendo en redes la necesidad de tener un albergue en la ciudad, he tenido que leer comentarios de auténticos desalmados afirmando estupideces del estilo: “¿Por qué tengo que pagarle un albergue a un vago?” o, mi favorito, “Si tanto te importan, mételos en tu casa”. La calle como sentencia. Eso piden algunos para los más vulnerables en nuestra ciudad.
En estos años he visto y leído de todo, y creo que ya casi nada me sorprende. Pero jamás entenderé cómo alguien que dice ser un “servidor público” es incapaz de mostrar un poco de humanidad. Servidores con ética congelada que deciden desde sus despachos pensando únicamente en cómo seguir en ellos.
Por suerte, el tema ha llegado a un juez que ha ordenado que se dé una alternativa habitacional a las personas que perdieron su plaza en el albergue. Es una lástima que haya tenido que llegar un juez para romper esta política sin alma y hacer que se cumpla aquello que algunos llevamos pidiendo tanto tiempo.
La única pena es que el juez no tenga la capacidad de hacer dimitir a aquellos que han hecho posible que se llegue a esta situación.
Fernando Carrera
President Grup Municipal PSC Badalona