Barcelona no es sólo el término municipal que lleva ese nombre: es también su área metropolitana. Un conjunto de poblaciones no siempre bien tratadas. Ahí están los soterramientos pendientes de Montcada y Sant Feliu, sin ir más lejos. Con todo, los casi 50 años de gobiernos de izquierdas han ido configurando un conjunto de localidades habitables de las que apenas se habla, salvo cuando hay desgracias.
Entre las ciudades que han reordenado el crecimiento desmadrado de los sesenta, especulativo al máximo, están Santa Coloma, que ha recuperado la trama urbana y la zona del Besòs; L’Hospitalet, ya no una ciudad dormitorio; Mollet, con una extraordinaria muestra de la arquitectura catalana de finales del XIX.
Y también El Prat del Llobregat. Esa gran huerta que Artur Mas quería arrasar para llenarla de casinos.
Hoy esa huerta está amenazada por otro tipo de desaprensivos: los que esquilman a los campesinos arramblando con las verduras que cosechan sin que el consistorio pueda establecer mecanismos de vigilancia suficientes.
Para quien no lo sepa: justo al lado del aeropuerto hay una zona de aparcamiento desde la que se puede acceder andando tanto a la zona natural que bordea la desembocadura del río como a la compra de frutas y verduras cultivadas en el delta.
No son más baratas que en la tienda (que en algunas tiendas) pero son frescas y la transacción no supone enriquecimiento de los intermediarios.
El Prat es una población que ha practicado un urbanismo poco rapaz. Su ensanche, en torno a la plaza de Catalunya, es luminoso y cordial. Es de justicia recordar la actividad desplegada por Luis Tejedor desde la alcaldía.
No sólo fue el urbanismo. También la defensa de los acuíferos. Es de las pocas poblaciones del Área Metropolitana que ha mantenido el suministro de agua en poder del consistorio. Incluso ha promocionado la economía de proximidad apoyando a aquellos restaurantes que ofrecen productos del delta, tanto vegetales como el tradicional pollo “pata brava”, específico del consistorio.
Es cierto que se empeñó en lograr una estación para el AVE que nunca ha funcionado, pero las obras ferroviarias tienen una duración muy larga y el tiempo dirá si tenía razón en reivindicar la descentralización metropolitana y proponer que la estación de la zona sur de Barcelona estuviera en El Prat y no en Sants.
Quería una población en la que la autovía de Castelldefels no fuera una autopista porque no lo es a su paso por Barcelona. Pensaba en términos metropolitanos: una Gran Via que se prolonga como paseo por L'Hospitalet y El Prat, permitiendo una nueva zona urbana.
Ahora se sabe de El Prat por los saqueos rurales.
Robaperas ha habido siempre, pero los que se llevan las hortalizas de esta zona no son pobres con hambre acumulada, sino gente que dispone de modernos vehículos con los que saquear a los agricultores.
Éstos, probablemente, no se quejarían si la rapiña se produjera sólo por la actividad de esos 180 sin techo que se alojan regularmente en las terminales del aeropuerto. Son muchos, pero no los suficientes como para hacer desaparecer de golpe mil kilos de alcachofas.
Curiosamente las autoridades han empezado a preocuparse de estos pobres cuando han supuesto un problema para los demás, Eso sí, la primera reacción ha sido pasarse la pelota de los ayuntamientos a la Generalitat y de ésta a los ayuntamientos.
La burocracia es lo que tiene: primero se preocupa del mecanismo del trámite y luego ya se verá si eso resuelve el problema. Después de todo, los que deciden duermen cada noche en cama y a cubierto.
Los pobres pueden esperar. Siempre pueden esperar. Llevan siglos haciéndolo.