Barcelona lidera el negocio del souvenir, según las estadísticas y el diario Crónica Global. Hay doce mil comercios de este ramo en Catalunya. Lo que supone el 21% de toda España.
En la reciente Souvenir Expo Spain, empresarios del sector y el lobby Barcelona Oberta han clamado contra “la proliferación de este tipo de establecimientos y la falta de planificación comercial”.
Respuesta del Ayuntamiento progresista: prohibir y prohibir más y más cosas. La afición por la prohibición progresista la inició el engreído concejal de ERC, Jordi Portabella. El culpable de protecciones de animales y bicicletas.
Se cumplen veinte años de la declaración de Barcelona como ciudad antitaurina y la prohibición las corridas de toros. Fue cuando Portabella comparó los souvenirs de toros con los del dragón de Sant Jordi.
Su argumento: “Es un toro de diseño y es un error asociarlo únicamente con la cultura española”. La oficina del Institut de Cultura y el Museu d’Història de Catalunya siguieron vendiendo toros y bailaoras flamencas.
El año pasado, el concejal de ERC Jordi Coronas siguió la tradición inquisitorial y propuso prohibir souvenirs y camisetas “con mensajes sexistas, homofóbicos o simplemente o simplemente de mal gusto”. Especialmente, los “penes con la marca Barcelona”.
La cortada represiva del concejal puritano es: “Devalúan las calles más visitadas de Barcelona”. Aunque más la devalúan y degradan las reyertas, depuraciones y carteles insultantes (caso Maragall y Alzheimer) de su partido.
El 2019, el desgobierno de la alcaldesa Colau dijo estar resuelto a acabar con la venta descontrolada de souvenirs. Resultado actual, el 60% de los establecimientos incumplen las normativas.
Tuvo su enjundia el hipócrita debate estético de los comunes. Porque Colau y compañía practicaron el feísmo en sus llamados monumentos, en su urbanismo y en los muchos trastos y pedruscos que sembraron por la ciudad.
El "desastre lamentable que degrada la imagen de Barcelona”, según el republicano Coronas, se complementa con la falacia clasista del crecimiento del turismo de lujo. Porque ser rico no supone, necesariamente, tener buen gusto.
Barcelona adelanta a Valencia, Andalucía y Madrid, en la venta de souvenirs. Sólo la supera París con la Torre Eiffel como icono preferente. Aunque, como en toda ciudad turística se incruste en objetos kitsch, horteras u horrendos.
De ser convertido en souvenir espantoso no se salva ni el Papa de Roma allá en el Vaticano. Así como en Barcelona y comarcas se puede adquirir un imán de nevera con el rostro de Puigdemont.
Hay gustos para todo. Y sobre gustos hay mucho escrito, diga lo que diga el refrán. Por esta razón, lo más aconsejable es cumplir los siete mandamientos a la hora de comprarlos.
Son: Originalidad. Calidad artesanal. Relevancia cultural. Emocionalidad y factor sorpresa. Utilidad y funcionalidad. Evitar artículos disponibles en el país de origen. Comprar en tiendas de souvenirs locales.
Aunque allá cada cual, habría que respetar las libertades individuales. Y acabar con tantas prohibiciones, digan lo que digan los lobbies interesados y los inquisidores de la falsa progresía.