“A la memoria le gusta hacer trampas”, dice uno de los personajes de Clavells, de Emma Riverola, que la semana próxima se presenta en el Goya, dentro del Festival Grec que cada verano se celebra en Barcelona. ¡Qué gran verdad! ¡Cómo se divierte a costa de todos esa gran traidora! Pero, claro, pese a Hume, el hombre es su memoria y poco más. No puede evitar recrear lo que pudo haber sido y tal vez fue. O no fue.

Hubo un tiempo en que se pudo decir que los hombres eran su proyecto, pero los planes a largo plazo son cada vez más escasos porque la humanidad entera parece empeñarse en bloquear el porvenir. ¿Será por eso por lo que las distopías han sustituido a las utopías?

Para decirlo en palabras de Remo Bodei: “El ocaso de las grandes expectativas colectivas que hasta hace un cuarto de siglo orientaban a millones de hombres, conduce tendencialmente a una privatización del futuro y a la fabricación de utopías a medida, de factura casera” (La filosofía del siglo XX y más allá).

Barcelona se ha soñado muchas veces, tomando impulso en sí misma y, también, siendo reflejo de otras esperanzas.

Uno de esos ensueños es el que refleja la obra de Riverola. Dos personajes (representados por Abel Folch y Silva Marsó) evocan, no siempre de forma coincidente, la revolución de los claveles y su propio proyecto revolucionario. Cómo, con apenas 20 años y la vida por delante, decidieron vivirla en directo, viajar de Barcelona a Lisboa, convencidos de que allí estaba la simiente del futuro.

Luego, como escribiera Vázquez Montalbán, el futuro fue muy distinto a lo esperado. ¿Con su concurso? ¿A su pesar? Dos preguntas que puede hacerse cualquiera ante el resultado de su propia vida.

Los dos personajes se preguntan sobre el escenario: ¿iríamos ahora a Lisboa?

Ambos hicieron lo que pudieron o lo que supieron. ¿Fue lo adecuado?

Querían, reconocen, cambiar el mundo, aunque quizás lo pretendían, reflexionan, porque eran unos ignorantes o unos vanidosos o unos tipos peligrosos. Porque visto el resultado de las utopías soñadas en el XIX y sufridas en el XX, se puede pensar que detrás de la voluntad de cambiar las cosas hay, muchas veces, tipos decididos, autoritarios, definitivamente peligrosos.

Otra posibilidad es que fueran machadianamente buenos, que creyeran en la posibilidad del progreso y de la mejora global de las condiciones de vida.

Sin olvidar que a veces se hacen cosas por amor y para ser correspondido.

Clavells coincide con el 50 aniversario de la caída de la dictadura portuguesa. Se representa a los 50 años de la muerte del dictador español y un año antes de que se cumpla medio siglo del primer Festival Greg. ¡Cuánta celebración! ¿Será para tapar lo que en cada uno haya de fracaso vital? ¿Para encerrar en un trastero sin luz el miedo al futuro y, quién lo diría, también al propio pasado?

Los setenta estuvieron llenos de esperanzas. Florecieron algunas semillas esparcidas desde la primavera del 68. Pero también se rearmaba la derecha.

Cayó Nixon, pero le dieron el Nobel a Kissinger y antes de que terminara la década, Margaret Thatcher ganó las elecciones y abrió la larga época del neoliberalismo.

Esto da para un ensayo o, cuando se convierte en vida, para una obra de ficción que hable de todos. Es lo que ha hecho Riverola en Clavells: descubrir lo personal en lo general. Convertirlo en peripecia de dos personajes que subliman sus propias turbulencias, las de tantos ciudadanos.

No todos los barceloneses fueron a gozar de los claveles que adornaban los fusiles lisboetas. Armas que ya no daban miedo porque no apuntaban a nadie.

Pero muchos barceloneses suspiraron por las posibilidades de la libertad que allí se abrían.¿Aún suspiran?

Clavells no es un canto a la nostalgia sino una obra plenamente actual que salta sobre el tiempo.

Está pegada al presente. En los años de la revolución de los claveles el discurso de la mujer hubiera sido muy distinto. Y su comportamiento también. No es seguro, en cambio, que algunos hombres no repitieran el pasado. Se habla, pues, del ayer, del hoy y, por si lo hubiera, del mañana.

En algún momento de la pieza (no se trata de reventar la historia) los personajes se retan y recuperan, sin citarla, la frase de Kant: atrévete. ¿A qué? Kant decía que a pensar y la historia posterior se ha empeñado en añadir que hay que atreverse a vivir.

Y es mejor hacerlo empuñando un clavel reventón que con un lirio en la mano.