Este viernes se celebró un pleno municipal extraordinario promovido por Junts y Comunes. Su pretensión ha sido, y conseguido, la reprobación del alcalde Collboni. Esta pinza de los de Puigdemont y de los de Colau no solo no es novedosa, sino que es reiterativa en el tiempo, la última hace un mes.

La suma de independentistas y de la izquierda extrema ha multiplicado sucesivos acuerdos de rechazo a la gestión del gobierno municipal. Cuando no lo reprueban, impiden que se aprueben modificaciones de crédito para destinar los recursos necesarios para prestar servicios en la ciudad u otros dictámenes similares.

Es obvio que la gestión de Jaume Collboni tiene más oscuros que claros y que la negritud es notoria en cuestiones relevantes como la inseguridad ciudadana, la inaccesibilidad a la vivienda, la asfixia fiscal o la suciedad y la falta de iluminación en nuestras calles.

Ahora bien, ¿la respuesta debe ser acordar sucesivas reprobaciones políticas estériles del gobierno municipal? ¿Deben apoyarse las promovidas por los comunes cuyo modelo de ciudad está en las antípodas ideológicas por parte de quienes dicen ser una alternativa a la izquierda?

Es paradójico que Junts se convierta en Barcelona en el telonero de los comunes y que PP y Vox acaben siendo los palmeros de las propuestas del independentismo y de los “comunes-tas”. Todos ellos han votado a favor de reprobar al ejecutivo local. Sería más efectivo aprobar el impulso de medidas reales y de impacto en la ciudad y en sus vecinos.

Junts es el altavoz de Puigdemont en Barcelona en su pretensión secesionista y los comunes los portavoces de una Ada Colau en la sombra desde la que aguardará un año para decidir si se vuelve a presentar a la alcaldía en las próximas elecciones de 2027. En el ínterin, Junts se suma a la estrategia común de desgaste gubernamental sin retorno positivo alguno para ellos y sí para el beneficio de los de la exalcaldesa. Mientras, el PP y Vox se prestan a ello.

El centro-derecha se está arriesgando a dejar de ser una tercera vía en Barcelona ante la izquierda y el independentismo si se limita a ser, a diestro y siniestro, la muleta de Junts y de comunes. Debiera ser tan equidistante de las estrategias de ambos como distante de Collboni. Es decir, afianzar un perfil propio, nítido y diferenciado.

Criticar a Collboni vista su gestión es obligado, pero reprobado a instancias de y tras escuchar las razones de los comunes es inconsistente. Los argumentos de los de Colau son contradictorios con un modelo liberal conservador y, por lo tanto, los partidos con este perfil e idea de ciudad debieran dejar de hacer el juego a la izquierda extrema y pasar a apostar por defender sus propias tesis al margen de lo que digan y propongan los independentistas y los “ultrazurdos”.

Collboni con esta oposición puede estar satisfecho. Seguirá de reprobación en reprobación hasta su victoria final en los siguientes comicios donde podría obtener unos resultados electorales similares a los de Salvador Illa en las últimas elecciones catalanas.

Si lo más notorio o noticiable de la oposición es la crítica a las formas de gobierno, que no al fondo, su balance, la recurrente pinza de Junts y comunes será la del cangrejo y retrocederán en respaldos. Barcelona precisa que la oposición para ser alternativa recupere el norte en su rumbo y alcancen los cambios en las políticas y de gobiernos.

Es mejor ir de la reprobación a la aprobación. Hay que pasar de pinzar testimonialmente a atenazar efectivamente. Virar desde la crítica insustancial y sin consecuencias de una reprobación hacia la aprobación de propuestas de impacto ciudadano y de acciones que desenmascaren con acierto y eficacia las carencias de gobierno.

A algunos, más que hacer una pinza, se les va la pinza.