Calle Sabino Arana, en Barcelona
Sabino Arana no se va de Barcelona
La propuesta de cambiar la calle Arana por Miguel Ángel Blanco, de PP y Vox, se ha rechazado sólo porque viene de esos dos partidos, cuando es razonable: ¿qué hace ahí ese facha vasco?
Hay cosas que, aunque las propongan la derecha y la extrema derecha, merecen ser tomadas en consideración. Pocas, todo hay que decirlo. Pero lo de quitarle a Sabino Arana (1865 – 1903) la calle que tiene en Barcelona para otorgársela a Miguel Ángel Blanco (1968 – 1997), a mí me parece de lo más razonable, por mucho que lo propongan el PP y Vox, dos partidos a los que no he votado en mi vida.
La propuesta fue rechazada hace unos días por los demás partidos con representación en la ciudad (incluido el PSC), que intuyeron pretensiones turbias en la iniciativa, que nació muerta porque al enemigo no hay que darle ni agua y cualquier cosa que proponga la derechona está condenada al fracaso. Si el PP y Vox se volvieran locos y propusieran que el ayuntamiento de Barcelona declarara la independencia unilateral de Cataluña, ERC, Junts y la CUP les tumbarían la propuesta.
Nunca entendí por qué mi ciudad le dedicaba una calle al racista y supremacista Sabino Policarpo Arana Goiri. No creo que fuese por los años que pasó aquí con su familia tras la muerte del padre (un carlista de tomo y lomo) y que el joven Sabino aprovechó para matricularse en Derecho y Filosofía y Letras, estudios que abandonó cuando regresó a su querido País Vasco.
En su paso por nuestra ciudad, Sabino se trató con un cura carlistón, Félix Sardà i Salvany (Sabadell, 1841 – 1916), impulsor del Partido Integrista creado por Ramón Nocedal (hay que reconocer que no engañaba a nadie) y autor de obras inmortales como El liberalismo es pecado, lo cual encaja a la perfección con su condición de meapilas reaccionario, racista y supremacista.
Sabino Arana también escribió un montón de libros, pero ni su partido, el PNV, se ha atrevido a reeditar sus obras completas por temor a las burradas del fundador, difíciles de justificar hasta por sus discípulos más aventajados.
Si se le dedicó una calle en Barcelona no fue por su pensamiento político (por llamarlo de alguna manera), ni por sus escritos sobre la inferioridad moral de la mujer o la condición de bestias con apariencia humana de los españoles (adelantándose al fino pensador catalán Quim Torra): fue por su condición de independentista vasco al que había que ofrecerle, en forma de calle, la solidaridad que debe imperar entre naciones oprimidas.
Los que creemos que Arana fue, en el mejor de los casos, un perturbado mental y, en el peor, un sujeto despreciable, siempre nos hemos tomado mal la existencia en nuestra ciudad de una calle a su nombre.
Y sustituirle en el nomenclátor por una víctima de sus discípulos más desagradables e intolerantes nos parece un buen ejemplo de justicia poética. No ha podido ser porque nuestro ayuntamiento, cuando se trata de elegir entre un fascista vasco y un demócrata español, se inclina por el primero.
El veto de ERC, Junts y la CUP es comprensible, pues están hechos de la misma pasta infame que el PNV. El del PSC ya duele más, pues la propuesta del PP y Vox nos parecía razonable a más de uno. Supongo que estamos ante una nueva muestra del síndrome de Estocolmo que arrastra desde siempre el partido de Jaume Collboni, ante el temor (una vez más) a ser considerado anti catalán o facha.
De ahí que se haya sumado a los partidos que trabajan en contra de España (y de la humanidad) para mearse metafóricamente en el cadáver de Miguel Ángel Blanco. No porque los socialistas catalanes tengan nada en contra de él, sino porque la propuesta de homenajearle en Barcelona venía del PP y de Vox.
Para una vez que de ahí salía una idea buena, se pasa de ellos por ser quienes son.
Así pues, seguiremos disfrutando de la calle Sabino Arana porque donde esté un facha vasco, que se quiten todos los demás. Y a Miguel Ángel Blanco que lo zurzan, por españolista y de derechas, aunque no tanto como don Sabino, un reaccionario de nivel Dios y leyes viejas.