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Tráfico en Barcelona / AJ BCN

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Opinión

Una ciudad con gente normal y también con mucho anormal

"Dicen que la sociedad está enferma. Y ciertamente, pude comprobar que lo está y que la gangrena idiota se extiende. Suerte que todavía queda gente sana que se solidariza ante la penuria ajena"

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En Barcelona hay de todo como en la viña del Señor, como dicen los creyentes. ¡Y vaya si hay! Hay gente normal, solidaria con sus vecinos, que conviven con imbéciles -y es un apelativo cariñoso porque se me ocurren muchos más- que les importa un comino las tribulaciones de sus vecinos. En pocas palabras, vivimos en una ciudad con gente normal pero también con mucho anormal.

Tengo que reconocer que estoy enfadado y dolido. Cierto que nuestra sociedad es desmedidamente competitiva, insolidaria e individualista. El espíritu de comunidad es ese gran desconocido para una parte de elementos que se consideran ciudadanos. Les explico mi odisea personal. Es bastante clarificadora.

El pasado lunes a las siete de la mañana salgo de casa para afrontar mi nuevo día laborable. Hasta aquí nada nuevo. Lo hacemos miles de barceloneses.

Me dirigía a mi despacho para lidiar con el nuevo día al volante de mi coche y ¡zas!. El cacharro se estropeó. Ahora los coches son inteligentes, inteligentísimos diría yo, pero cuando se produce una avería el coche se bloquea y sus dotes de inteligencia desaparecen.

Tengo que reconocer que tuve mala suerte. El coche se paró en una parada de autobús, en una calle con solo dos carriles habilitados, uno de ellos para el transporte público, porque las obras se comen un tercero.

Llamé a la grúa y me puse a esperar. Los señores del seguro fueron unos cracks. Confundieron la calle Ganduxer con la calle Carreras Candi. No me pregunten cómo los de Santander Renting encontraron una similitud entre ambas vías. Es uno de los secretos mejor guardados. Ni el de los Nibelungos, ya les digo.

Resultado: más de hora y media esperando a la grúa. Primero me quedé en el coche porque aquella mañana el frío arreciaba.

Tuve que salir porque los insultos de mis compañeros de calle arreciaban a medida que el tráfico se intensificaba y los ingratos e insolidarios no llegaban a su hora prevista, muchos de ellos con críos en el coche. Vamos, eran todo un ejemplo.

“¿Qué haces ahí parado idiota? No ves que tu coche estorba”. “¡Estúpido, pon los triángulos para que se vea que estás averiado!”. Algunos cafres subieron el tono de los improperios.

Al final los dejé de oír porque a palabras necias oídos sordos. Cierto, no estaban puestos los triángulos porque -este mensaje es para el troglodita que me puso a bajar de un burro delante de sus hijos que miraban a su padre con ojos desorbitados- desde el 1 de julio de 2023 no son obligatorios y pueden ser sustituidos por balizas v16.

Una de ellas resplandeciente y con destellos intermitentes lucía “majestuosa” en el techo de mi coche, pero el inculto majadero consideró que la lucecita no se ajustaba a derecho.

Por el contrario, los autobuseros y autobuseras, los que más dificultades tuvieron con mi trasto allí en medio, me trataron con cortesía. Otros incluso me dieron palabras de aliento en una espera que se hizo interminable.

Llegó la grúa y el operario amable, educado y eficiente. A las 9.30 mi coche se quedó en el taller. A esperar que el renting del Banco de Santander diera la autorización para repararlo. Ya les digo que rápidos no son.

Son como aquellos caballos del malo de las películas del oeste que o no llegan o siempre los pillan. A la salida me tomé un café reparador para superar el frío y el cabreo. Y para pensar en el comportamiento humano. No desperté para muchos ignorantes ni una pizca de solidaridad. Ni siquiera inspiré pena. Era simplemente una molestia a la que había que increpar e insultar.

Dicen que la sociedad está enferma. Y ciertamente, pude comprobar que lo está y que la gangrena idiota se extiende. Suerte que todavía queda gente sana que se solidariza ante la penuria ajena.