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Opinión

Barcelona era una fiesta

"Casi dos meses de tenderetes navideños equivale a estirar el festejo más aún que el Black Friday. ¿Qué gana Barcelona con el largo advenimiento de Santa Llúcia si no es ampliar la oferta turística de los lugares más congestionados?"

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Así recordarán nuestra ciudad en el futuro buena parte de los que ahora la visitan, ya sea como turistas, viajeros, falsos expatriados o congresistas. Como una fiesta permanente.

Incluso los que pasen apenas unas pocas horas en Barcelona desde sus destinos playeros o desde esas ciudades flotantes que son los cruceros guardarán una idea artificial de fanfarria y efervescencia.

Los circuitos turísticos por los que transitan reflejan esa imagen porque están llenos de actividad. El low cost se fabricó para que los pobres pudiéramos ir a Cancún o Phuket, como los ricos.

La industria necesitaba volumen y para generar la sensación de confort le insufló consumo –de lo que sea-- non stop.

El precio es la degradación y el bullicio, que se esconden tras las bambalinas del tipismo y los tópicos. Producto de una sucesión imparable de atracciones, una nueva apenas ha pasado la anterior.

¿Qué sentido tiene si no contratar el Tour para que inicie su primera etapa nada menos que pasando por la Sagrada Família el 4 de julio del año próximo?

El mismo sentido que la instalación de los puestos de la feria de Santa Llúcia haya empezado el 10 de noviembre, cuando ni siquiera el consistorio ha montado el tendido que debe suministrarles la electricidad.

Casi dos meses de tenderetes navideños equivale a estirar el festejo más aún que los comerciantes con el Black Friday. Cabe suponer que así venderán más, ellos sabrán. Pero, ¿qué gana Barcelona con el largo advenimiento de Santa Llúcia si no es ampliar la oferta turística de los lugares más congestionados de la ciudad?

El Gobierno autonómico de Madrid quiere financiar a Woody Allen con 1,5 millones de euros para que haga una película en la capital, con la condición de que al menos 15 minutos del metraje se rueden en exteriores madrileños y que el nombre de la ciudad aparezca en el título.

Con esa iniciativa tratan de fomentar el turismo, un auténtico disparate. Hay días en los que la gente que anda por el centro de Madrid tiene que ponerse en fila de a uno para circular; en las fechas más señaladas, el metro cierra estaciones céntricas por razones de seguridad, para evitar aglomeraciones peligrosas. ¡Y quieren más visitantes!

Pero uno cavila sobre la propuesta ayusista sin reparar en que aquí se hizo mismo en 2008 –pagaron Generalitat y Ayuntamiento--, se llamó Vicky Cristina Barcelona, una experiencia más bien modesta en la obra del director neoyorkino.

Cada vez que pienso en esa película lo primero que me viene a la cabeza es la cara de satisfacción del señor Allen dando cuenta de las gambas de Roses a las que el entonces mandamás de Mediapro le convidaba en Ca l’Isidre.

En sus memorias --A propósito de nada--, el cineasta recuerda el restaurante, al que iba tanto como podía, dice, y aquellos días rodaje en que Barcelona era el escenario de una fiesta.