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Luces de Navidad de paseo de Gràcia de Barcelona

Luces de Navidad de paseo de Gràcia de Barcelona SIMÓN SÁNCHEZ

Opinión

Luces navideñas de autor

"¿No podríamos buscar un poco de espiritualidad, aunque sea de chichinabo, en la iluminación navideña, en vez de urgir al personal a que repita de escudella, se infle a canelones y se ponga tibio de espumoso?"

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Tras la cocina de autor, los cócteles de autor, las hamburguesas de autor y cualquier otra cosa de autor, han llegado a Barcelona las luces navideñas de autor. Así las describe el ayuntamiento, aunque la verdad es que los autores en cuestión han elegido apostar por lo seguro y optar por lo más rancio: frases de luz tan brillantes y originales como “Más escudella”, “Y mañana, canelones” o “¿Quién trae el cava?”.

Mira que es fácil iluminar la ciudad con estrellitas, gorros de Santa Claus y demás modelos tradicionales: el caso es que haya luz y que la ciudadanía se anime, aunque no tenga ni un euro. ¿Es necesario centrarlo todo, y de manera tan chusca, en el comercio y el bebercio?

Puestos a mantener cierta coherencia neo chusca, lo suyo sería acompañar el alumbrado gastronómico con un pesebre de toda la vida delante del ayuntamiento, pero este año no hay pesebre que valga, y en su lugar, dice la municipalidad, se ha iluminado su propio edificio.

Hace tiempo que, en Barcelona, el pesebre está maldito. Durante el colauismo, se optó por el pesebre progresista, ya que lo del portal, el burro y la vaca quedaba antiguo y, probablemente, heteropatriarcal. Tuvimos que sufrir así toda una serie de vueltas de tuerca conceptuales al concepto de pesebre, a cuál más fea, que aconsejaban evitar la plaza de Sant Jaume durante esas fechas tan señaladas.

Para los comunes, el pesebre tradicional resultaba demasiado católico, así que había que hacer todo lo posible para que no resultara ofensivo a los cientos de culturas que conviven (o se soportan) en Barcelona. Añadiendo al engendro de cada año un toque “artístico” contemporáneo. Resultado: hasta los agnósticos recalcitrantes preferíamos los belenes de toda la vida.

Da la impresión de que, con el PSC al mando de la ciudad, se sigue dando cierta reticencia a reconocer que la navidad en los países católicos es lo que es y no hay que darle mayor importancia. El belén tradicional, pues, no anuncia el regreso de la Santa Inquisición ni da alas a la extrema derecha. Solo es una convención, un trasto, que nos recuerda en que época del año estamos.

Ya sabemos que casi nadie se acuerda del nacimiento de Jesús y que la Navidad solo es una oportunidad para gastar sin tasa y ponerse como el Quico. Es la época en la que todo el mundo muta en la Paqui de Santos Cerdán y se va al Corte Inglés a charlar con las dependientas.

Precisamente por eso, ¿no podríamos buscar un poco de espiritualidad, aunque sea de chichinabo, en la iluminación navideña, en vez de urgir al personal a que repita de escudella, se infle a canelones y se ponga tibio de espumoso?

La puesta al día del pesebre tradicional se ha revelado un fracaso espectacular, tal vez porque no hay quien lo ponga al día. Colocar uno frente al ayuntamiento no es más que seguir una larguísima tradición que te gustará o no, pero es la que es. Propongo, pues, una celebración de la Navidad lo más rutinaria posible, ya que todos los intentos por renovarla o hacerla más progresista y solidaria han fracasado lamentablemente.

Debo reconocer que, para situar ante el ayuntamiento alguno de los mamotretos feísimos de los comunes, mejor no poner nada. Y si se trata de fomentar el lado tripero de los barceloneses (que no necesitan que nadie les recuerde que se empapucen de canelones), ¿no sería mejor colocar en el alumbrado navideño publicidad (pagada a precio de oro, naturalmente) de refrescos, licores y papeos varios?

Por lo menos, de esta manera entraría algo de efectivo en las arcas municipales, que nunca viene mal.