Una familia de jabalíes está comiendo bajo un cartel independentista de aquel 1 de octubre / Albert Aymamí
El hombre que susurra a los jabalíes
La vida entre jabalíes enseña muchas cosas. Lo dice el fotógrafo Albert Aymamí: “Cuando el covid se multiplicaron porque no había presión urbana sobre el bosque. Luego, con la sequía, no había tantos y hurgaban en la tierra buscando agua y raíces”
Albert Aymamí (Barcelona, 1951) es un prestigioso fotorreportero barcelonés tranquilamente jubilado. El año 1988, se mudó a una casa en pleno bosque de La Floresta, barrio de Sant Cugat del Vallès. Ahora es la zona cero de la peste porcina.
Pero su vida no ha cambiado. Porque desde que llegó a su apartado lugar, convive con los jabalíes. Hasta llegar al punto que le esperaban por las mañanas cuando salía a tirar las basuras en el contenedor.
Persona tranquila, nunca se les ha enfrentado y “ya casi son como mascotas”, ironiza. Desde su casa y su huerto ha visto la evolución de la especie. “Aquí Obelix sería feliz, siempre iría con dos jabalíes bajo los brazos”.
Recuerda que, cuando aún no tenía el terreno vallado, se paseaban por su huerto. Hombre de carácter calmado, nunca ha tenido algún encuentro que lamentar. “El primer día que vi uno me espanté. Pero luego te acostumbras”.
En aquellos primeros años, aún no había alumbrado eléctrico por su calle. “Por las noches la oscuridad era total y cuando caminaba desde el coche hasta casa llevaba un mango de azada, por si acaso”. Hubo suerte y no tuvo que usarlo.
Convive con los animales tomando las debidas precauciones. “Siempre los he tratado con mucho respeto. Es un animal salvaje y no me fío. Especialmente si aparece una hembra con sus jabatos. Se trata de que no se sientan acorralados”.
En verano cambia el panorama. “Como los jabalíes acostumbran a salir de noche, cuando estás en el jardín o con las ventanas abiertas se les escucha rondar por el vallado”. Casi parece que les gusten la televisión y la música. “Amansa las fieras, se dice”.
La vida entre jabalíes enseña muchas cosas. “Cuando el covid se multiplicaron porque no había presión urbana sobre el bosque. Luego, con la sequía, no había tantos y hurgaban en la tierra buscando agua y raíces”.
Como el instinto básico del fotorreportero no tiene ni vacuna ni remedio, guarda fotografías divertidas y sentimentales. En unas se les ve paseando por su casa. En otra, toda una familia de jabalíes está comiendo bajo un cartel independentista de aquel 17 de octubre (la que ilustra esta opinión).
Por ahora, a pesar de alarmas, alertas y prohibiciones en su zona, su vida sigue igual y nadie le ha molestado. “Dicen que ha llegado la UME. Yo no la he visto. Estarán estudiando el caso en la vecina Universidad Autónoma de Bellaterra”, bromea.
Hablando de estudios científicos, se muestra escéptico sobre la primera teoría que sostenía que la peste comenzó a causa de un bocadillo de chorizo arrojado en el bosque.
Después, se difundió la hipótesis de que el primer contagio tuvo lugar paradójicamente en los laboratorios del Centro de Investigación en Sanidad Animal, situado en el campus de la Universidad.
“Igual fueron ellos los que se dejaron el bocadillo a medias”, se ríe. Una noche vio que un helicóptero sobrevolaba su cielo. “No sé qué buscaban, supongo que jabalíes”, añade.
De momento, no ha divisado a los seis agentes forestales y los cinco perros enviados por Isabel García Ayuso.