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Sheila en el interior del instituto Badalona B9

Sheila en el interior del instituto Badalona B9 SIMÓN SÁNCHEZ

Opinión

El efecto llamada

"El alcalde de Badalona, el máximo responsable local de inmigración --mal que le pese--, ha decidido abanderar la expulsión de los sintecho del B9 con una operación más policial que social, más justiciera que justa".

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Xavier García Albiol ha actuado en el caso del B9 siguiendo su línea habitual: hablar claro, mensajes sencillos y populismo; un populismo no peor del que usan quienes han permitido el crecimiento de la okupación y la degradación del antiguo instituto hasta convertirse en el mayor asentamiento ilegal de Catalunya.

Y ha conseguido lo que pretendía, que la mayor parte de sus adversarios muerdan el anzuelo: es el único alcalde de la conurbación de Barcelona que enfrenta la inmigración ilegal.

El B9 había llegado a albergar más de 400 personas, y de la misma manera que cobijaba a delincuentes y generaba inseguridad en el barrio, también había creado una comunidad de solidaridad interna, paralela a lo que podríamos llamar vida normal, un gueto.

Hace cinco años, el incendio del Borg, en la misma Badalona, había provocado cuatro muertos. Era un antecedente que todo el mundo tenía presente, pero nadie actuaba en consecuencia.

El alcalde de Badalona, el máximo responsable en materia de inmigración --mal que le pese--, ha decidido abanderar la expulsión de los sintecho del B9 con una operación más policial que social, más justiciera que justa.

Sostiene que el Ayuntamiento no tiene recursos para atender a tantas personas, que muchas de ellas son delincuentes, y que los servicios municipales no dan para más.

Al margen de las bravuconadas que lanza a los alcaldes solidarios y a Pedro Sánchez —el rejón que ningún dirigente del PP que se precie evita—, el argumento real de Garcia Albiol es evitar la acogida de los inmigrantes sin papeles.

Darles alojamiento y manutención, aun siendo personas que cumplen con la ley, provoca un efecto llamada nocivo para los intereses del país, según dice. Pero las autoridades, incluidas las locales y las regionales, trabajan —en silencio— para encontrar una solución. Es contradictorio.

En cierta manera, hablamos de un conflicto sin salida, porque todos los políticos, incluido Albiol, saben que ninguna gran ciudad del mundo se libra del espectáculo de los pobres callejeros. Los ciudadanos sintecho existen porque nuestra sociedad los genera, aunque nos empeñemos en ignorar la compleja frontera que separa la ignominia de la pobreza.

Las condiciones en que se hizo el desalojo del miércoles pasado en Badalona han servido para llamar la atención y, al final, conseguir una solución temporal que no tardará en llegar. El desenlace de esta historia, sin duda, contribuirá a alimentar ese efecto llamada que repudia el alcalde, pero que él mismo ha fomentado.

También habrá aquilatado su imagen de hombre duro que combate a los ilegales y que da la cara. Pero, aunque no lo quiera, forma parte de la solución, en cualquiera de sus formas. Puede también que Salvador Illa tenga razón cuando se refiere a sus hipérboles para no entrar al trapo: la irresponsabiliad tiene un precio.