La plaza de Sant Jaume iluminada esta Navidad
Los belenes, en privado
"Este año, nuestro querido ayuntamiento ha optado por una decisión salomónica que me parece muy digna de aplauso. Nada de contratar a algún amiguete de Ada Colau para soltarle unos mangos a cambio de un espanto multi-culti: el pesebre de toda la vida, pero no en plena plaza de Sant Jaume, sino en el interior del consistorio"
En Barcelona, cada año por estas fechas tan entrañables, suele armarse un pequeño cirio en torno a los belenes navideños. Tiempo atrás, se plantaba el belén en mitad de la plaza de Sant Jaume y santas pascuas: o te detenías a observarlo o lo esquivabas y seguías tu camino hacia la Rambla o la Via Laietana. Luego llegaron los comunes y empezaron los belenes alternativos, que solían ser horrendos e irritar a nuestros católicos más radicales (“¡A ver si vamos a tener que renunciar a nuestras sagradas tradiciones para que no se ofendan los moracos!”).
Este año, nuestro querido ayuntamiento ha optado por una decisión salomónica que me parece muy digna de aplauso. Nada de contratar a algún amiguete de Ada Colau para soltarle unos mangos a cambio de un espanto multi-culti: el pesebre de toda la vida, pero no en plena plaza de Sant Jaume, sino en el interior del consistorio. ¿Qué te gustan los belenes? Pues entras en el ayuntamiento gratis total y te pegas un hartón de pastorcillos, vacas, burros y demás elementos tradicionales.
¿Qué a ti los pesebres ni fu ni fa? Pues no visitas el del ayuntamiento y ya está: sigue tu camino hacia tu misa negra favorita.
Yo pensaba, en mi inocencia, que la idea de nuestros munícipes le parecería bien a todo el mundo, pero eso solo demuestra que no conozco a fondo a mis conciudadanos.
Nuestro sector ultracatólico ya se ha quejado de lo que le parece una maniobra de ocultación de nuestras raíces y nuestro ser más profundo. A sus miembros no les parece suficiente que se pueda visitar un belén tradicional, pues prefieren que el belén salga a la calle, conviva con el paseante (que hay por ahí mucho paganazo suelto), le dificulte el tránsito y le recuerde que aquí somos católicos, joder, y si a alguien no le gusta, que se suba de nuevo a la patera y se vuelva a su pútrido continente.
O sea, la fe cristiana como acto de agresión disfrazado de celebración de la tradición católica que, en teoría, nos define a todos. Y que le den al moro, al ateo y al agnóstico, aunque paguen sus impuestos y se comporten como ciudadanos cabales.
La separación de iglesia y estado es un concepto que nuestros legionarios de Cristo no ven con buenos ojos. Y aunque no constituyen la mayoría de la ciudadanía, es indudable que se hacen oír.
Pensemos en los miembros del patronato de la Sagrada Familia. Empeñados en construir la Escalinata de la Gloria peti que peti, si se les hubiera dejado, habrían derribado cinco o seis manzanas de la calle Mallorca para hacerle sitio a la escalinata de marras, ya que, para ellos, Barcelona solo es una prolongación (o una molesta rebaba) de su sagrado templo.
Los que protestan por el belén “escondido” son de la misma cuerda. La propuesta municipal no puede ser más razonable, pero ellos no están por la labor de razonar y viven obsesionados por sacar el cristianismo a la calle, para que se vea quién manda aquí.
Reconozco que me gustan los belenes clásicos (y que abomino de las puestas al día progresistas de los clásicos). Algunos son obras maestras de la escenografía que, sin importar la religiosidad, el ateísmo, el agnosticismo o el islamismo del observador, merecen ser observadas atentamente.
Lo que no hace ninguna falta es apreciarlos en mitad de la calle, cuando lo puedes hacer al resguardo del edificio consistorial, sobre todo durante este período navideño en el que impera una rasca considerable.
Para completar este mapa de la insania, solo falta que nuestros izquierdistas de estar por casa protesten por el pesebre interior y acusen al ayuntamiento de corromper el laicismo que debe imperar en una sociedad democrática.
La verdad es que ya tardan. Aunque es posible que los rebuznos progresistas ya se hayan producido y yo no me haya enterado, en mi condición de lacayo del cristianismo.