El alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, interviene durante una convocatoria con vecinos para abordar la crisis del desalojo del B9
El espíritu de la Navidad
"Para García Albiol y quienes participan de su sistema de creencias es justo que quien tenga dinero tenga acceso a cualquier bien y quien no lo tenga que se aguante. Si además el pobre es inmigrante y masacrarle sirve para conseguir algún voto de los xenófobos locales, ¡bingo!"
Diversos colectivos religiosos se han apresurado a condenar la actitud escasamente caritativa de Xavier García Albiol, alcalde de Badalona. Tienen razón: la expulsión de los migrantes del instituto abandonado es tal vez legal, pero en modo alguno conmiserativa.
De todas formas, la caridad puede ser una virtud cristiana, pero no es un factor determinante en la política y menos en los juzgados, donde acostumbra a regir la norma de fiat iustitia et pereat mundus (hágase la justicia aunque perezca el mundo) El problema, claro, es decidir en qué consiste la justicia.
¿Es justo que se expulse a 400 personas sin hogar del único techo que han encontrado para cobijarse? ¿Es justo sólo si no son españoles, si no son de Badalona? ¿Es justo que si uno es pobre, nacido o no en España, no tenga donde caerse muerto ni donde descansar a cubierto mientras viva?
¿Coinciden siempre justicia y legalidad?
Bueno, esta última pregunta es ociosa. Todo el mundo sabe que no es así.
Un viejo dicho afirma: “como telas de araña son las leyes que atrapan al mosquito y no al milano”. Traducido: la ley es mucho más favorable al poderoso que al desvalido. Y si el poderoso es de derechas, las posibilidades de que le alcance la ley son casi nulas.
Rato, Zaplana, Villarejo duermen en su casa. Incluso Bárbara Rey, presunta autora de chantaje a la Corona, dispone de una buena cama que no debe de ser demasiado incómoda, a juzgar por las veces que la utilizó el rey emérito quien, pese a ser sospechoso de un sin fin de fraudes, duerme donde le da la real gana.
Nada de esto tiene que ver con las creencias religiosas.
A la vista está que alguien, Juan Carlos de Borbón, puede declararse católico y reconocer que no respeta los mandamientos de la iglesia. Sin rubor alguno.
Hay montones de dirigentes del Ibex que se dicen creyentes y practicantes y que limitan sus prácticas a los ritos más aparentes. Misa los domingos y fiestas de guardar y ceremonias asociadas (confesión, comunión, bautismo, matrimonio) sin sentirse obligados por los mandatos sobre compartir la riqueza y atender al menesteroso.
El evangelio define a esta gente como “sepulcros blanqueados”.
Durante siglos la principal diferencia entre el calvinismo centroeuropeo y el catolicismo del sur de Europa estaba relacionada con el dinero. Los católicos condenaban la pura acumulación de riqueza mientras que el protestantismo consideraba el enriquecimiento como una muestra del favor divino.
Eso se ha acabado. Los ricos del norte y del sur se entregan a la ostentación sin recato alguno, empezando por los obispos, cuyos ropajes están lejos, muy lejos, de la idea de pobreza que predican.
Y mientras, se arroja a la calle a 400 pobres. Que sea en Navidad, cuando los municipios destinan ingentes cantidades de dinero a iluminación para incentivar el consumo, es sólo una muestra más de la hipocresía dominante.
Hace ya 12 años que María Antonia Trujillo, entonces ministra de Vivienda, lanzó la idea de promover habitáculos de 30 metros cuadrados. La crucificaron (por usar una expresión prestada de las creencias religiosas).
¿Cuántos de los expulsados de Badalona se mostrarían más que satisfechos con una vivienda de esas dimensiones?
Más aún: cualquiera que se pare ante las vitrinas de las inmobiliarias podrá comprobar que se ofrecen -a precios extravagantes e impagables por los desalojados de Badalona y tantos más-, cuchitriles de esas dimensiones, algunos con una curiosa anotación “carece de cédula de habitabilidad”.
Hablar de justicia a los promotores de viviendas es arriesgarse a un diálogo de besugos porque es posible que la misma palabra esté siendo utilizada por unos y por otros en un sentido muy distinto.
Para García Albiol y quienes participan de su sistema de creencias es justo que quien tenga dinero tenga acceso a cualquier bien y quien no lo tenga que se aguante. Si además el pobre es inmigrante y masacrarle sirve para conseguir algún voto de los xenófobos locales, ¡bingo!
El principio ultranacionalista es muy diáfano: primero yo, luego yo y si sobra algo, para mí. Y como mucho, para los míos. Los inmigrantes, si además son pobres, no forman parte de la colectividad local.
Al menos eso vocifera la muchachada de Vox, que también se dice cristiana. Por lo visto ignora que, según sus escrituras, José, María y Jesús fueron emigrantes y okuparon un establo al no encontrar alojamiento.
Hoy quizás se habrían instalado en el instituto desalojado. O junto a la estación de Sants, donde conviven decenas de tiendas de campaña que no se evaporan por más García Albiol que haya.
Tampoco en Navidad.