Sin unidad, sin la demostración clara de que se desea un evento como los Juegos Olímpicos de Invierno, el éxito queda descartado. La tendencia de los nuevos tiempos es clara: nadie quiere dar un paso adelante, firme, con todas las consecuencias. El liderazgo brilla por su ausencia, pero no se debe a una escasez de talento político –aunque se pueda considerar que hubo tiempos mejores—sino a la mezcla de argumentos y a la gran confusión que existe en la opinión pública. Cada ciudadano es un mundo. Utiliza aquello que le permite defender una posición, y desdeña aquella información que puede llevarlo a la duda. Y en ese magma, ¿quién decide una línea estratégica de futuro?

Lo que se ha impuesto en Barcelona, aunque también en buena parte del territorio catalán, es la parálisis. Mejor no tocar nada, no aventurarse en una determinada dirección, porque se dañará un sector, una geografía, un grupo determinado. Y eso sucede con los Juegos Olímpicos de Invierno, una propuesta que lanzó en su día el alcalde Jordi Hereu.

Las oportunidades, cuando pasan, hay que saber aprovecharlas. No todas supondrán un gran avance, pero, por lo menos, la obligación de las administraciones es tenerlas en cuenta y explicar qué podría suponer. En este caso, además de la cuestión económica, del impulso que supondría para las comarcas de los Pirineos, y del salto para Barcelona –de nuevo—, existe un intangible capital, necesario si se quiere pensar a medio y largo plazo: el proyecto exige la colaboración con distintos niveles de administración, con ciudades y comunidades autónomas, y con la coordinación del Gobierno central.

La parte económica está diseñada. Es cierto que los impulsores deberán explicarlo mejor y con más detalle en los próximos meses: el COI, el COE y el equipo técnico que ha dispuesto el Govern de la Generalitat y el Gobierno de Aragón. Pero hay un esquema claro: un coste de unos 1.300 millones de euros, con unos ingresos previstos de 1.400-1.500 millones –de los que el COI aporta de entrada unos 950 millones. Habrá mejoras viarias, como el desdoblamiento de la línea ferroviaria Vic-Puigcerdà. Y no quedará en el territorio infraestructuras fantasma, porque la competición de saltos se ha previsto en los Alpes suizos o austriacos. Para Barcelona se reservan las distintas modalidades de patinaje sobre hielo, el hockey o el curling, con una participación también de la ciudad de Zaragoza, y con la idea de que quede para todos los barceloneses una gran pista de hielo que se pueda utilizar buena parte del año. Y en el Pirineo catalán y aragonés se podrá esquiar con la ayuda –si es necesario—de la nieve artificial.

¿Es realmente un imposible, algo muy extraño? Puede suponer un paso adelante para todos, desde la convicción de que todas las grandes ciudades necesitan de forma cíclica un evento de dimensión internacional. En los años previos a los Juegos Olímpicos de Barcelona había partidos políticos que consideraban el proyecto como un gran movimiento especulador. El alcaldable de ERC lo rechazaba. Y ahora Barcelona no se entendería sin aquel enorme acuerdo institucional que supuso situar la ciudad en el mundo, con un empuje económico enorme.

La pregunta que llega a continuación es que se trata de una oportunidad para el turismo. Y la respuesta no puede ser otra que un sí rotundo. Sí, el turismo, bien canalizado, con inversiones en tecnología para ajustar la demanda y la oferta, es la oportunidad para muchas comarcas catalanas, aragonesas y, en general, para buena parte del territorio español. ¿Querríamos inversiones industriales? Seguro, pero no se pueden crear de la noche a la mañana.

Barcelona no pasa por su mejor momento. Hay muchos factores que pueden explicar esa situación. Pero la ciudad también ofrece muchos signos de vitalidad, de ambición, que precisan ahora de una coordinación institucional y de un apoyo social, aunque no sea –ya no será ni puede ser así—tan masivo como sucedió en 1992.

El intangible de Barcelona es su fuerza, su imagen en el mundo, que puede llevar al COI a inclinarse por su candidatura, si es seria, si hay acuerdo con todas las administraciones en juego. La ciudad podría albergar la inauguración o la clausura de los Juegos.

¿Por qué el rechazo? ¿Por qué las dudas del gobierno catalán o la antipatía de la alcaldesa Ada Colau? El no hacer nada, el pensar que se deteriora todo casi con respirar lleva a una lenta e inexorable decadencia. Llevaría a una ciudad puntera como Barcelona a ser una bonita villa estilo Aix-en-Provence.