La noticia se ocultó durante la campaña electoral. Aunque se habla de ella, no ha recibido la atención que merece. Porque la merece toda.

El ruido electoral lo ha tapado todo, cuando ahora tendría que hablarse precisamente de esto, y no soltar palabras gruesas los unos contra los otros, para buscar la confrontación y evitar el debate. Mucho, mucho ruido, pero nada debajo, y lo importante, lo importante de verdad, parece que no importa a nadie. No saben lo malo que es eso.

En el sitio web del Ministerio de Educación y Formación Profesional encontrarán el informe PIRLS, de Progress in International Reading Literacy, con los últimos resultados (2021). Se publicaron antes de las elecciones, pero nadie dijo ni mu antes de acudir a las urnas. Para que se entienda, el informe mide la comprensión lectora de los alumnos de nueve a diez años. Esa es una edad clave en la formación y educación de un niño, que marcará todo su futuro. Porque a esa edad una criatura pasa de aprender a leer, a aprender leyendo, y si no tiene un nivel suficiente de comprensión lectora, ¿qué va a aprender?

El nivel de comprensión lectora medio en España es de 521. La máxima puntuación es 600 y la mínima, 400; por debajo se entiende que no saben leer. Es un índice intermedio, pero 21 puntos por debajo de la media de la Unión Europea y 26 puntos por debajo de la media de los países de la OCDE.

Pues resulta que la comprensión lectora de los alumnos catalanes está catorce (14) puntos por debajo de la media española. Solo Ceuta y Melilla nos ganan en peor nota. Es una mala nota idéntica tanto para la expresión literaria como para la adquisición y uso de la información que contiene un texto.

Es un desastre, se mire como se mire, un fracaso de nuestro sistema educativo. También es un fracaso indiscutible del modelo de inmersión lingüística, que claramente no funciona.

Lo que no puede ser es que una de las Comunidades Autónomas más ricas de España, con plena competencia en educación, quede tan mal. Tampoco puede ser que los responsables de la consejería afirmen en público que «no nos sorprenden los resultados». O sea, que ya sabían que la cosa estaba muy mal, pero que les daba lo mismo. Las medidas que han propuesto para fomentar la lectura se desmienten solas: reforzarán las bibliotecas escolares cuando han cerrado no sé cuántas en los últimos años; obligarán a leer media hora cada día en clase (¡media hora!), lo que me lleva a preguntar si hasta ahora no leían ni siquiera esa media hora o qué me están diciendo. En fin, siento vergüenza y rabia a partes iguales.

Asturias es la Comunidad Autónoma mejor clasificada en este índice. Tanto que sus alumnos de primaria estarían un curso por delante de los alumnos catalanes. Casi casi pasa lo mismo con Madrid, que también nos pasa la mano por la cara. Un 30% de los niños catalanes tienen un nivel de comprensión lectora bajo o muy bajo, uno de cada tres; en España, un 24%; en Madrid, un 15%; en Asturias, un 12%. Un 28% de los alumnos catalanes tiene un nivel de comprensión lectora alto o muy alto, pero ese porcentaje es del 36% en España, del 46% en Madrid y del 53% en Asturias. Catalunya se ha ganado a pulso un suspenso como una catedral en comprensión lectora.

¿Saben lo peor? Lo peor de verdad es que la diferencia de renta de las familias influye en el resultado algo más de la cuenta. Los niños con una renta familiar más alta están a 50 puntos de distancia de los niños con menos recursos. Eso es más de un curso por encima. Perdónenme, que voy a decir palabrotas, pero a ver quién tiene los santos cojones de hablarme ahora de meritocracia cuando las deficiencias de nuestro sistema educativo condenan a los niños pobres a seguir siéndolo en su vida adulta.

Hemos escuchado a los candidatos a la alcaldía discutir del sexo de los ángeles, pero no he oído a ninguno de ellos hablar, por ejemplo, de potenciar el papel de las bibliotecas públicas en la ciudad, que son municipales o de la Diputación, ni me han presentado ningún plan de apoyo o fomento de la lectura, el deporte, la música, la cultura o qué sé yo, que no fuera un bla, bla, bla hueco. Pero mucho me temo, lectores míos, que este tono chusquero seguirá haciendo ruido y nos impedirá discutir lo importante antes y después de las elecciones de julio.