Decía Jean-Luc Godard que el trávelin es una cuestión moral y, efectivamente, la secuencia diseñada por los comunes para deshermanar Barcelona y Tel Aviv dice mucho de sus creadores. Empieza un 9 de noviembre, día en que el propio Ayuntamiento conmemoraba la noche de los cristales rotos, el pogromo nazi de 1938. Una elección, en el mejor de los casos, insensible. En esa fecha, el partido de Colau hizo un llamamiento en apoyo a la campaña de recogida de firmas contra el hermanamiento promovida por un colectivo privado. Digna despedida para un gobierno municipal que empezó subvencionando la visita a la ciudad de Leila Khaled, responsable del secuestro de un avión civil y miembro de un grupo palestino incluido en el listado de organizaciones terroristas de la Unión Europea. Después, el rodaje ha quedado en manos de especialistas. La CUP, el otro grupo detrás de esta iniciativa, tiene un largo historial de actuaciones bien reconocibles en la definición de antisemitismo que se utiliza en decenas de países, entre ellos el nuestro.

El calendario, los aliados y los métodos de los comunes demuestran que lo suyo no es lucha por los derechos humanos sino preferencia doctrinaria en la que no pueden involucrar a la institución que encabezan. Incluso ellos se dan cuenta y por eso recurren al subterfugio de las firmas, aunque están facultados para llevar cualquier asunto directamente al pleno. Ya se sabe que, en el cine, como en política, todo es cuestión de óptica.

Hemos comprobado a menudo lo fácil que resulta camuflar la xenofobia, a simple vista, en una ideología que se atribuye el monopolio de las buenas intenciones. Sus ejecutores no la perciben ni siquiera en el momento de practicarla, sea mientras atacan físicamente la carpa de S'ha Acabat! en la Autónoma o manifiestan, a la menor ocasión, su hostilidad por el hebreo. La extrema derecha despierta muchos miedos, pero deberíamos recordar que Joseph Roth acusaba con contundencia al polo contrario de haber engendrado, en su época, el fascismo, el nacionalismo, y el odio a la libertad de pensamiento. Un extremo alimenta al otro y los fantasmas reaparecen. No hay más que olvidar la historia y fijarse en las partes que intervienen en lugar de fijarse en los principios. Así, para cierto progresismo actual, las mujeres dejan de ser prioridad cuando hay que defender a Irán frente a Estados Unidos. Los judíos, cuando tienen éxito por sus propios medios y ya no sirven de víctimas con quien exhibir una bondad infinita. Al final, la integración de la población judía en las sociedades occidentales les ha devaluado tanto, a los ojos de la izquierda radical, como su capacidad de autodefensa en Israel o su abultada presencia entre los Nobel de ciencias. Gracias a Foucault, que puso de moda el culto a los «saberes excluidos», hoy en día muchos en la universidad preferirían condenar a Spinoza que ofender a sus censores confesionales.    

No se trata tanto de estar de un lado o del otro como de apoyar la paz y la democracia. Así lo debió entender el socialista Joan Clos cuando se decidió el hermanamiento en 1998. Aquel año, desde Barcelona, el alcalde de la ciudad y los de Tel Aviv y Gaza expresaron su apoyo conjunto a los acuerdos de Oslo. Considerando la buena disposición de la otra parte, sería muy fácil revitalizar unas relaciones desdeñadas durante dos mandatos, pero al Ayuntamiento no le interesa. Su sectarismo ahoga la iniciativa de la sociedad civil y, con ella, las oportunidades de cooperación y diálogo constructivo. Hasta la selección femenina de waterpolo israelí sufrió el acoso de la CUP, con el silencio cómplice de los comunes, cuando quiso competir en Barcelona. Terminó relegada a la clandestinidad, jugando en Sant Cugat a puerta cerrada. Sin embargo, dudo que la demostración de odio a unas jóvenes deportistas aporte soluciones a un conflicto centenario. El antisemitismo de ayer tiene en común con el de hoy, por muy lejano que sea el pasado al que nos remontemos, el dar siempre por sentado que los judíos han hecho algo para merecer su castigo, sin contar con que el trávelin inmoral lo añade generalmente la parte contraria.